Mi columna de esta semana en Invertia se titula «La inteligencia artificial y la educación personalizada» (pdf), y trata de reflexionar sobre las posibilidades de los algoritmos generativos aplicados a la personalización de la educación.
Del mismo modo que ya hace cierto tiempo que personalizar un algoritmo para que escriba con nuestro estilo partiendo de la incorporación de nuestros propios textos resulta ya relativamente trivial, me parece interesante plantear la idea de que un algoritmo sea capaz de aproximarse a la manera en que un estudiante prefiere aprender los conocimientos de cada materia, en función de su personalidad, su estado de ánimo o sus preferencias de formato, y cómo un algoritmo con acceso prácticamente ilimitado a toda la información del mundo podría administrar esa educación.
Eso implicaría el desarrollo de algoritmos personalizados entrenados con datos del alumno, lo que equivaldría en cierto sentido a disponer de un profesor particular para cada materia, siempre actualizado y con la mejor información en todo tipo de formatos, que se encargaría tanto de enseñar al alumno como de controlar su rendimiento en función de sus interacciones. Esto llevaría a las instituciones académicas a controlar el desarrollo de esos asistentes y delegar en ellos, con la correspondiente supervisión, todo lo relacionado con la impartición de conocimientos, y otorgando el protagonismo a otro tipo de conocimientos necesarios pero que habitualmente tenían lugar de manera casi «accidental»: todo lo relacionado con el desarrollo de habilidades sociales y contextuales, las soft skills y todo lo que, fundamentalmente, nos hace humanos.
Obviamente, esto implica un brutal choque de culturas entre los tradicionalistas que pretenden mantener la supuesta «esencia» de la educación, es decir, la memorización de conocimientos a partir de libros de texto en entornos prácticamente privados de tecnología, frente a un esquema mucho más centrado en aprovechar todas las posibilidades que esa tecnología puede ofrecer. Los datos que genera la interacción del alumno se convierten en elementos que ayudan a dar forma a ese asistente personalizado que, además de impartir el conocimiento con una amplia variedad de metodologías adaptadas a las características del alumno, va evolucionando con él y completando su perfil o incidiendo de manera más detallada en aquellos aspectos que requieren más atención, además de ir adaptándose a la expresión creciente de sus preferencias.
Obviamente, esto parte de la base de una mejora constante de esos algoritmos con respecto a lo que hoy conocemos, del desarrollo de sandboxes adecuadas para delimitar el proceso educativo, de la adecuación cada vez mayor de las herramientas metodológicas con la supervisión correspondiente, y de las posibilidades de introducir de manera constante la información de cada alumno dándole control sobre ella y sin vulnerar su privacidad.
Por otro lado, esto implica pasar de una mentalidad primaria de «el algoritmo es una simple forma de automatización de tareas» («escríbeme esto», «contéstame este correo» o «haz una presentación sobre esto»), a un papel mucho más sofisticado de retención de las características o preferencias del alumno y de la elaboración de los correspondientes materiales educativos, vinculado con un proceso de aprendizaje que ese mismo alumno debe seguir, pero desde una perspectiva flexible y personalizada.
¿Es planteable un futuro en el que la administración de los conocimientos no corresponda directamente a una única fuente, un profesor o a un libro de texto, y pase a provenir de una compilación de fuentes constantemente actualizada y plural, entregada en el formato más adecuado? Si yo, para reforzar conocimientos de Historia a mi hija hace años, recurría a vídeos de YouTube, ¿podría ser un algoritmo el que elabora unos contenidos adecuados a ella y ofrecidos en la forma de un curriculum educativo completo? ¿No ofrece un mecanismo así unas posibilidades de personalización de la educación que sería como mínimo interesante explorar?
No conozco a nadie que afirme que el sistema educativo es maravilloso y que no hay que cambiarlo en nada. Pero sí conozco a demasiados que se niegan por principio a introducir tecnología en él, supongo que por miedo a «desvirtuarlo». ¿Cuáles son esas supuestas «virtudes» que pretenden proteger? ¿No llevamos ya suficiente tiempo comprobando los efectos de no prácticamente cambiar nada, o simplemente introducir tecnología sin cambiar para nada la metodología más que de manera cosmética? ¿No deberíamos cambiar de estrategia y dar la oportunidad a los que creen que se pueden introducir muchos elementos nuevos en la educación para intentar adaptarla al contexto tecnológico y al papel que esa tecnología juega en la sociedad?
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