Redes sociales, manipulación electoral y casuísticas

Dos noticias completamente no relacionadas y de contextos diferentes: por un lado, Nicolás Maduro, en Venezuela, decretando una prohibición de la red social X durante diez días para intentar evitar lo que, según él, es «incitación al odio, a la guerra civil y a la muerte».

Por otro, la evidencia, recopilada por The Wall Street Journal, de que una gran cantidad de cuentas de TikTok generadas en el extranjero se coordinan para lanzar todo tipo de noticias falsas con trascendencia política a ciudadanos norteamericanos, en un intento evidente de influenciar el resultado de las próximas elecciones presidenciales de dentro de pocos meses.

Parece evidente que, como ocurrió en gran cantidad de procesos electorales anteriores en todo tipo de países, las redes sociales se han convertido en una herramienta fundamental para los manipuladores de todo tipo, desde los spin doctors de los partidos hasta gobiernos extranjeros que buscan que lleguen al poder partidos o candidatos con los que simpatizan o que favorecen sus intereses.

¿Cómo separar, en estos casos, el uso normal por parte de los ciudadanos para denunciar al poder político, con los esfuerzos no genuinos coordinados desde gobiernos extranjeros o actores de otros tipos? Francamente, me parece trivial, pero no por ello menos complejo. Estamos ante un claro caso de «lo sé cuando lo veo«, una expresión coloquial con la que un hablante intenta categorizar un hecho o evento observable, aunque la categoría sea subjetiva o carezca de parámetros claramente definidos, como aquel conocido juez norteamericano que pretendía definir lo que era o no una obscenidad.

La diferenciación entre las campañas conocidas como grassroots, genuinamente populares y que simplemente utilizan una red social como podrían utilizar cualquier otro medio, y las llamadas campañas no genuinas, en las que se produce una clara interferencia en la que un actor centralizado recurre a cuentas falsas y a la creación de movimientos basados en una actividad coordinada, es prácticamente inmediata: basta una observación mínima de un observador humano para diferenciarlas. Posiblemente esa diferencia sea menos evidente a los «ojos» de un algoritmo, pero para una persona, son inmediatamente evidentes y muy fáciles de diferenciar.

Por otro lado, hablamos de cuestiones extremadamente importantes, que pueden llegar a determinar el destino de un país durante un período de tiempo, y en las que muchos actores pueden tener un incentivo muy importante para planificarlas y llevarlas a cabo. ¿Tiene sentido que lo único que hagamos sea encomendarnos a los mecanismos de control de las propias redes sociales, que por otro lado tienen un claro incentivo a no detener esas iniciativas porque suelen conllevar importantes ingresos para ellas?

¿No deberíamos ser capaces de crear mecanismos de control eficientes para detectar la actividad no genuina y diferenciarla de las campañas reales de protesta? Y una vez desarrollados esos mecanismos, ¿no deberíamos plantear importantísimas sanciones para las redes sociales que se prestan a participar, aunque sea de forma pasiva, en campañas basadas en actividad no genuina? Estamos hablando de la democracia, de la verdadera base de muchas sociedades.. ¿no deberíamos hacer algo más para protegerla que lo que ahora hacemos- o mejor, no hacemos? El problema no son las redes sociales, sino la actividad que se desarrolla sobre ellas, y esa actividad es enormemente fácil de detectar si ponemos los medios para ello. ¿No es momento de dejar de pagar la novatada y empezar a imponer mecanismos de control a todo aquel que quiera desarrollar su actividad en ese ámbito?

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