El vehículo autónomo y sus distintas velocidades

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Coches autónomos, regulación y empleo» (pdf), y es un intento de reflexionar sobre la evolución de los vehículos autónomos al hilo de las noticias de su fortísima aceleración tanto en los Estados Unidos como en China.

En los Estados Unidos, en donde los taxis autónomos pueden utilizarse con total normalidad en Phoenix, San Francisco, Los Angeles y Austin y forman ya una parte tan cotidiana del paisaje urbano que hasta algunas parejas los utilizan para lo que normalmente harían en una habitación de hotel, los vehículos de Waymo acaban de comenzar a circular ya no solo por zonas urbanas, sino también por las numerosas autovías que entran y salen de la ciudad para ir a las zonas en las que se asientan muchísimas empresas tecnológicas o a los aeropuertos, permiso que recibieron el pasado enero. Por el momento, transportarán únicamente a empleados de la compañía y fuera de las horas punta, pero es un comienzo que apunta cada vez más a su total normalización. Y por supuesto, desde hace ya bastante tiempo, sin conductor de seguridad. Con la absurda resistencia violenta convertida ya prácticamente en una anécdota del pasado, el futuro del vehículo autónomo en los Estados Unidos parece simplemente cuestión de tiempo.

En China, tras la clasificación de los vehículos autónomos por parte del Ministerio de Industria y Tecnología del país como tecnología prioritaria, las barreras regulatorias han caído y la obtención de licencias para operar robotaxis y robobuses se ha facilitado muchísimo, lo que ha llevado a que cinco grandes compañías procedentes del ámbito tecnológico o del automóvil, Apollo Go (propiedad de Baidu), Pony.ai, WeRide, AutoX y SAIC Motor, tengan ya flotas desplegadas en nada menos que diecinueve ciudades, en variados grados de madurez.

Los vehículos autónomos son un típico despliegue de inteligencia artificial: una vez que un territorio ha sido microcartografiado y que se han desplegado los protocolos para mantener esa microcartografía sistemáticamente actualizada – lo cual no es sencillo porque incluye desde obras y mantenimientos o limpiezas periódicas hasta un simple bache – todo es cuestión de aportar datos en forma de kilómetros recorridos para obtener resultados cada vez más fiables.

En China se han propuesto tener vehículos autónomos, considerados una tecnología fundamental en la automatización del país y con un indudable efecto escaparate, antes que en Estados Unidos, y han decidido tocar para ello la palanca de la regulación, haciendo las cosas lo más fácil posible a las compañías que quieran ponerlos en circulación. En Europa, por contra, seguimos inmersos en una regulación asfixiante que hace que incluso Tesla, que tiene simplemente ayudas a la conducción que permiten una circulación con escasas intervenciones cuando se circula por autopistas y carreteras bien señalizadas, haya tenido que eliminar prestaciones que funcionaban perfectamente y habían probado ser seguras. Antes veremos a Estados Unidos o a China hacer viajes interestelares, que un vehículo autónomo en la regulada Europa.

Pero regulación aparte, es también muy interesante plantear los efectos de la conducción autónoma sobre el empleo. En China, donde los taxis son muy baratos y abundantes, hay más de siete millones de conductores de vehículos de transporte de pasajeros. Esos conductores suelen ser personas muy humildes con un nivel de educación muy escaso, que en raras ocasiones hablan idiomas, y que de hecho suelen hablar dialectos locales, por lo que entenderse con ellos es muy difícil para un extranjero. La llegada de la conducción autónoma podría significar enviar a la pobreza a esas personas y a sus familias, lo que hace que algunos planteen si el gobierno chino va a permitir que algo así ocurra.

Pero por otro lado, ¿debemos detener algo como la automatización, considerada fundamental para el progreso del país, por proteger unos empleos de muy baja calidad y que no tienen ningún futuro? Aparentemente, el gobierno chino prevé un futuro en el que las clases más bajas se dedican a actividades distintas a la de conducir un coche, que como tal, va dejando de ser una actividad desarrollada por humanos, al menos profesionalmente. Algo además muy recomendable, porque se trata de una actividad que los humanos llevan a cabo muy mal, como atestiguan las cifras de accidentalidad.

Tecnología, regulación y desempleo. Tres variables que hay que manejar con cuidado, y tres escenarios con planteamientos profundamente diferentes en ese sentido.

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