Poniendo al automóvil en su sitio

Mi columna en Invertia de hoy se titula «El automóvil y las verdades del barquero» (pdf), y es un intento de poner las cosas en su sitio con respecto a la historia y al futuro del automóvil.

La revolución del automóvil que inició Henry Ford con su Modelo T en octubre de 1908 ha llevado a una redefinición de nuestro entorno y nuestros hábitos en la que los seres humanos hemos salido claramente perdedores. Hoy, la mayoría de las ciudades son entornos hostiles, en los que el peatón debe mirar con cuidado antes de desplazarse para no ser arrollado, en las que el automóvil cuenta con muchísimo más espacio, y en donde la calidad del aire provoca un envenenamiento progresivo.

Las que yo llamo «verdades del barquero» son tres , profundamente impopulares y con muy importantes derivaciones. La primera, que sabiendo lo que hoy sabemos sobre la contaminación y sus efectos, un vehículo que emite la cantidad de sustancias contaminantes que emite un automóvil de combustión interna no debería poder circular. No, no hablamos de una moratoria para que dejen de ser fabricados dentro de seis u once años pero puedan seguir circulando los ya vendidos, sino de que lo normal y razonable sería retirar esas espeluznantes fábricas de sustancias nocivas hoy.

Podemos alegar lo que queramos, pero el hecho de que sigamos estando obligados a respirar lo que esas máquinas expelen por sus tubos de escape es una auténtica barbaridad, se mire por donde se mire. Como mínimo, las zonas sin emisiones vedadas al automóvil deberían estar por todas partes. El reciente artículo hablando sobre la remodelación de Barcelona en el Washington Post es de obligada lectura.

La segunda gran verdad es que los seres humanos conducimos espantosamente mal. La conducción de un vehículo es una tarea compleja en la que interviene no solo la destreza, sino también la educación y el respeto, y las personas lo hacen no mal, sino lo siguiente, como prueban los más de 1.35 millones de víctimas de accidentes de tráfico que se producen cada año en el mundo. Cualquier otra actividad con un índice de accidentalidad, morbilidad y mortalidad tan elevado habría sido prohibida hace tiempo. Que las empresas automovilísticas tradicionales sean de las que más invierten en publicidad debería decirnos algo: son las auténticas tabaqueras de nuestro tiempo. Cuanto antes deje de ser la conducción una actividad humana y pasemos a utilizar vehículos autónomos, capaces de mejorar la circulación desde el primero momento en que son introducidos, mejor.

La tercera gran verdad se refiere al aparcamiento: que cualquier propietario de un automóvil, por el hecho de serlo, pueda privatizar un espacio común de la vía pública para aparcarlo es algo simplemente aberrante. No, los impuestos que paga no son para cubrir su plaza, son para intentar cubrir el mantenimiento y la rehabilitación de la vía pública, que se llama pública por algo. Del mismo modo que no puedo bajar de mi casa con una silla y una sombrilla y plantarlas en una plaza de aparcamiento no debería poder dejar mi vehículo en ella, porque ese espacio es público y tiene muchísimos usos potenciales mejores que el de acumular chatarra.

Aparcar en la calle no solo debería estar prohibido o ser carísimo, sino que además, deberíamos hacer como en Japón, país civilizado donde los haya: si no pueden demostrar que tienes un espacio de aparcamiento, shako shomeisho, (車庫証明書), a menos de dos kilómetros de donde vives, no puedes adquirir un vehículo. Y todo ello considerando que solo un 42% de los edificios tienen espacio de aparcamiento para sus residentes, y que el 95% de las calles carecen completamente de espacios para estacionar. Eso, unido a un transporte público de muy alta calidad, es lo lógico, y no la absoluta invasión de vehículos constantemente aparcados que vivimos en la mayoría de las ciudades occidentales.

Incómodas o no, impopulares o no, esas son las tres verdades del barquero con respecto a la evolución conjunta de hombre y automóvil que tuvo mucho, muchísimo de espantoso error histórico y que deberíamos corregir lo antes posible. Lo demás, son engaños colectivos y búsqueda de una falsa conveniencia absurda que resulta perjudicial para todos los implicados. Vivir en sociedad no es poder hacer lo que me da la gana cuando me da la gana y como me da la gana, debería atenerse a unas mínimas normas destinadas a proteger el bien común, y el automóvil no respeta ninguna de ellas. Cuanto antes corrijamos ese disparate, mejor para todos.

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