Hacia donde apunta la economía china

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «China: acción y reacción» (pdf), y es una forma de explicar cómo es posible que las restricciones comerciales impuestas al gigante asiático por parte de los Estados Unidos hayan servido, en la práctica, para provocar un avance en la economía de un país que, actualmente, es ya toda una potencia en lo relacionado con las energías renovables como la solar y la eólica, en vehículos eléctricos y autónomos, en baterías, en robótica y hasta en inteligencia artificial.

¿Qué pasa por la cabeza de unos políticos estadounidenses que pretenden restringir el desarrollo de un país por su capacidad de desplazarlos del liderazgo mundial, pero que lo hacen tan mal y con medidas tan equivocadas y torpes, que consiguen justamente el efecto contrario?

La decisión de iniciar una guerra comercial con China, algo que ya de por sí resulta verdaderamente difícil de hacer en un mundo hiperconectado en el que la circulación de bienes y servicios es prácticamente imposible de conseguir y en donde ninguna compañía quiere quedarse sin acceso a un mercado enorme y atractivo, será seguramente estudiada en el futuro como lo que fue: un desastre para el país que la inició.

China no solo ha conseguido pulverizar sus planes para alcanzar su pico de emisiones, ha alcanzado ya los objetivos de producción solar y eólica que esperaba conseguir en el año 2030, está denegando ya permisos para la instalación de otras fuentes de energía como el carbón o la nuclear amparándose en que ya no le van a hacer falta, y tiene un parque automovilístico que, además de enorme, avanza hacia su electrificación a una velocidad mucho mayor que el resto del mundo, consolidando así su liderazgo en esa tecnología.

China domina la práctica totalidad de las tecnologías del futuro: fabrica la inmensa mayoría de los paneles solares con costes cada vez más bajos, derrota a las compañías europeas en los concursos para la instalación de parques eólicos en el Mar del Norte, fabrica más y mejores baterías que nadie, despliega vehículos eléctricos y autónomos a velocidades increíbles, e incluso consigue, gracias a la innovación frugal, avanzar en tecnologías como la inteligencia artificial y la robótica, en las que en teoría no debería poder hacerlo debido a las sanciones impuestas por los Estados Unidos.

¿Competencia desleal? ¿Economía planificada y centralizada? ¿Restringir el acceso a su mercado mientras pretende exportar sin restricciones a otros? ¿Cuantiosas ayudas gubernamentales que distorsionan la competitividad de sus compañías? Lo que queramos, pero el resultado es el que es: mientras China inyecta ayudas a las compañías que considera más estratégicas para el futuro y dispone ya de energía más barata y limpia, Occidente sigue insistiendo con los subsidios a la industria de los combustibles fósiles, y aliviando la presión sobre sus compañías automovilísticas «para que no sufran».

Así van las cosas. Muy pocos en Occidente quieren parecerse a China, pero también parece que se niegan absurdamente a aprender de las cosas que el país hace mucho mejor que todos los demás…

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