Los problemas de la automoción tradicional

Mi columna de esta semana en Invertia se titula «Pintan bastos en el sector del automóvil» (pdf), y aprovecha las noticias de los problemas de Volkswagen en Alemania, con el posible cierre de fábricas por primera vez en sus ochenta y siete años de historia, para plantear a qué se debe una crisis largamente anunciada y con todos los elementos para entenderla en base a la falta de innovación.

Volkswagen, «el coche del pueblo» que Adolf Hitler pidió a su industria que fabricasen en 1934, ha sido tradicionalmente uno de los empleadores de más calidad en Alemania. Sus trabajadores disfrutaban de unas condiciones y una seguridad en su puesto envidiables, algo que la compañía ya no se ve capaz de mantener. Los recortes de costes, imprescindibles para mantener unos procesos a todas luces inviables en comparación con sus nuevos competidores más especializados en la fabricación de vehículos eléctricos, hacen que revienten las costuras sindicales y que surja una conflictividad laboral a la que tradicionalmente no había tenido que hacer frente.

Pero Volkswagen no es ninguna excepción. Todos los competidores tradicionales de la industria del automóvil se encuentran con que el entorno ha cambiado ante sus ojos, y que se han pasado demasiado tiempo sin tener en cuenta o directamente ridiculizando esos cambios. A fuerza de tanto decir barbaridades sobre los vehículos eléctricos y suponer que nunca se convertirían en tendencia, se encuentran ahora con que no son, como era de esperar, para nada competitivos en su fabricación, y que su estructura no está en absoluto adaptada para un producto caracterizado fundamentalmente por precisar un nivel de servicio drásticamente inferior.

El producto ha pasado de ser un automóvil que se vendía en un concesionario que extraía su margen, fundamentalmente, de las revisiones y reparaciones, a ser ahora un ordenador con ruedas, permanentemente conectado, que se autodiagnostica y demanda sus propias revisiones solo cuando es necesario. Con una venta a través de canales mucho más directos que no erosionan el margen, y un nivel de servicio muy ocasional, el vehículo eléctrico amenaza la estructura de las compañías tradicionales, y las convierte en incapaces de competir.

Si a eso añadimos una inversión en publicidad muy escasa, comparada con los enormes excesos de una industria tradicional que muchas veces es el mayor anunciante en muchos medios (basta encender la televisión o abrir una revista para encontrarse un anuncio de coches), y unas inversiones en una I+D con características en muchas ocasiones disruptivas frente al continuismo y la incrementalidad de la industria tradicional, nos encontramos con que, por muchos aranceles con los que se quiera proteger a una industria que no lo merece, lo que viene a medio plazo es una crisis garantizada. Por pura y dura inadaptación.

Por mucho que juegues a «experimentar» con vehículos eléctricos, la realidad es que mientras el core de tu compañía sigan siendo los vehículos de combustión, no lograrás ser competitivo vendiéndolos. Estarás intentando jugar a un juego con las herramientas equivocadas, y no lograrás ser competitivo frente a los que directamente se lo plantearon con los esquemas adecuados, o con los que realmente diseñaron y pusieron en práctica esos esquemas.

Y con la industria de la automoción tradicional, por supuesto, van a caer, lógicamente, bastantes cosas más. Agarrémonos, que vienen curvas.

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