El iPhone, difícil de robar

No es el mejor día para hablar de dispositivos y seguridad, pero mi columna en Invertia de esta semana se titula «iPhones a prueba de robos» (pdf), y no habla de explosivos, sino de las nuevas medidas presentadas en iOS 18 para dificultar más aún el robo de dispositivos de la marca de la manzana, al extender el llamado Activation Lock, que exige las credenciales del Apple ID del usuario original, a las piezas más importantes del dispositivo.

Desde sus orígenes en 2007, los iPhones se convirtieron en un imán para los ladrones. Un terminal considerado caro, con un valor de reventa potencial elevado, y que podía simplemente resetearse a los parámetros de fábrica y volverlo a configurar con otra cuenta, la delincuencia dio lugar a todo un mercado negro de dispositivos robados, y a la recomendación de no exhibirlos cuando estabas en según qué sitios.

El primer intento de disuasión ideado por. la marca fue el lanzamiento de Find my, en 2019. La posibilidad de poder, desde cualquier otro dispositivo de la marca o desde una página web, localizar cualquier terminal perdido o robado y marcarlo como tal hizo que muchos ladrones aprendieran rápidamente que lo primero que tenían que hacer era apagar el dispositivo robado… hasta que, en 2021, Apple incorporó otra novedad: incluso apagados, los dispositivos permanecen en un estado de baja actividad y actúan como lo hace un Airtag, de manera que siguen permitiendo su localización.

La popularización de Find my creó también otros problemas, como los que conlleva el que la policía te diga que está demasiado ocupada como para dedicarse a acudir a un domicilio particular a recuperar tu terminal, o la evidente mala idea de tratar de acudir ahí uno mismo. Problemas que no deberían serlo, pero que pueden resultar frustrantes al tropezar con la complejidad de la operativa policial. Pero indudablemente, se añaden a la capacidad de disuasión: robar un iPhone se convierte en algo, en general, más farragoso, más incómodo y con mayor riesgo.

Aún así, seguía existiendo la posibilidad de robar un terminal y venderlo para su despiece y la comercialización de sus piezas en el mercado de reparaciones: menos lucrativa, pero en muchas ocasiones, suficiente para justificar el delito. De ahí que, en la nueva versión de iOS, se incorpore esa nueva capacidad de «reconocer» los componentes más importantes de un iPhone (batería, cámaras, pantalla, etc.) basada en sus números de serie, de manera que si son incorporados a otro terminal, no puedan ser calibrados y muestren una incómoda advertencia, lo que obviamente dificulta su uso.

Este tipo de medidas son, en muchos casos, un intento de proteger a compradores que, buscando ahorrarse un dinero, arreglan sus terminales en establecimientos irregulares, y que en principio no tienen por qué saber si los componentes que se les instala provienen de terminales robados. Por otro lado, obviamente este tipo de medidas complican la vida no solo a los amigos de lo ajeno, sino también, potencialmente, a quienes pretenden, por ejemplo, reparar un dispositivo con componentes de otro por su cuenta, a las ventas entre particulares o a las compañías que quieren revender un lote de dispositivos corporativos tras entregar a sus empleados otro lote de dispositivos nuevos, pero parece ser que se está trabajando en formas de evitar esas inconveniencias.

¿A dónde vamos? Cada vez más, a que los dispositivos conectados sean, además, cada vez más difíciles de robar, eliminando las posibilidades de obtener algún beneficio de ello. Algo razonablemente lógico si consideramos el significado de «dispositivo conectado» y lo perdidos que nos sentimos cuando dejamos de tenerlo en el bolsillo porque lo perdemos o nos lo roban, pero que no resultaba tan fácil de asegurar. Si Apple consigue que sus dispositivos sean más difíciles de robar que los de la competencia, habrá logrado algo que, sin duda, el mercado podría llegar a valorar.

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