Es uno de los mitos más arraigados y que más rápidamente salen cuando hablas sobre vehículos eléctricos: «ya verás cuando le tengas que cambiar la batería». Misteriosamente, todos los interlocutores «conocían a alguien que conocía a alguien» que había tenido que cambiar la batería de su vehículo eléctrico, operación por la cual, invariablemente, le habían cobrado cantidades siempre astronómicas que convertían la adquisición de un vehículo eléctrico en algún tipo de lotería que te llevaba siempre a perder dinero.
Ahora, un nuevo estudio sobre más de diez mil vehículos eléctricos viene a demostrar que ese mito, junto con muchos otros que la industria de automoción tradicional se dedicó a esparcir durante años, es una auténtica estupidez para personas que, cuando creen que algo va en la dirección de su pensamiento inicial, no se molestan nunca en comprobar las cosas: la inmensa mayoría de las baterías de los vehículos eléctricos en el mercado van a durar más que los propios vehículos, y de hecho, serán reutilizadas posteriormente para otras aplicaciones de almacenamiento de electricidad que no conlleven desplazamiento (y finalmente, recicladas para la fabricación de nuevos electrodos).
El nuevo estudio, que coincide con otros anteriores que se habían desarrollado exclusivamente sobre vehículos fabricados por Tesla, cubre una amplia variedad de marcas, cifra la degradación media de la batería de un vehículo eléctrico en un 1.8% anual, frente al 2.3% calculado anteriormente, y permite comparar la curva de degradación de cada vehículo en función de su marca y año de fabricación. Dado ese porcentaje, se calcula que vehículos con más de doce años serían perfectamente capaces de mantener en torno al 80% de su capacidad media, una cifra perfectamente aceptable para la amplia mayoría de los usos.
Las cifras son consistentes con las experimentadas por propietarios de vehículos que llevan usándolos ya más de diez años en un régimen de uso intenso como flotas de taxis, y con la experiencia de cada vez más propietarios que no encuentran prácticamente degradación en las baterías de sus vehículos eléctricos a lo largo de los años. Mi coche tiene ya cinco años, no tengo en ningún caso la sensación de que la capacidad de su batería haya disminuido, y lo compruebo en cada viaje. Es más: el primer año, la inexperiencia solía llevarnos a planificar dos paradas en nuestra ruta más habitual entre Madrid y La Coruña, mientras que ahora, que ya tenemos más familiaridad con las prestaciones del vehículo, hacemos solamente una, en la que aprovechamos para comer. Y para los ansiosos, nunca, ni una sola vez, hemos estado ni siquiera cerca de poder quedarnos sin batería en ningún sitio, y lo único desagradable que nos ha pasado ha sido llegar a un cargador distinto a los que regularmente usamos de la propia marca en algún sitio, y encontrarnos con que no funcionaba o no nos permitía cargar por la razón que fuera.
Y por si eso no fuera suficiente, una batería media de un vehículo eléctrico precisa únicamente de unos treinta kilos de materias primas en su fabricación mientras que un vehículo de combustión utiliza aproximadamente unos 17,000 litros de petróleo, lo que lleva a que la dependencia actual de Europa del petróleo supere con creces sus necesidades de materias primas para baterías. Esa brecha, además, continúa aumentando a medida que los avances tecnológicos permiten reducir las cantidades de litio, cobalto y níquel, que mantienen una trayectoria claramente descendente.
El futuro del automóvil es eléctrico y eso será mucho mejor para todos, por muchas estupideces que los fabricantes tradicionales hayan tratado de esparcir a lo largo de los años. Y cuanto antes lo entendamos y dejemos de creer en mitos absurdos (y peor aún, de demostrar incultura repitiéndolos en cada conversación sobre el tema), mucho mejor.
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