Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Musk, el futuro… y la política» (pdf), y trata de poner de manifiesto los enormes contrasentidos que surgen cuando uno de los mayores innovadores de nuestra época, Elon Musk, se lanza a la política en un país que no es el suyo apoyando de manera radicalmente entusiasta a un candidato abiertamente populista, conservador y extremista como Donald Trump.
En prácticamente todos los sentidos, Donald Trump representa lo más opuesto a lo que Elon Musk representaba. Hablamos de un candidato que desprecia todo lo relacionado con la emergencia climática, que ha dado numerosas muestras de desinterés total por los vehículos eléctricos y se negaba a incentivar su adquisición, que apoya fuertemente a la industria de los combustibles fósiles hasta el punto de haberle dado carta blanca para todos sus planes «desde el día cero de su mandato», y con un nivel de «terrenalidad» y de simpleza tal, que todo lo que no sea el dinero le trae completamente sin cuidado.
Y sin embargo, ahí tenemos a Musk bailando como un poseso en mítines de Trump, y lo que es peor, poniendo toda la maquinaria de X a su servicio y aportando setenta y cinco millones de dólares para su campaña que lo convierten en uno de sus mayores contribuyentes, además de comprometiéndose a ser una especie de «ministro de la eficiencia» para su, dios no lo quiera, posible gabinete.
Todo es completamente absurdo: si bien podríamos suponer que las visiones libertarias, anti-regulación y anti-establishment exhibidas por Musk, su concepción primaria y simplista de la libertad de expresión o su beligerancia contra la cultura woke podrían llegar a alinearle con las posiciones de Donald Trump, estamos hablando de apoyar a un tipo que si alcanza de nuevo la Casa Blanca, significaría una amenaza de tal nivel para el futuro del planeta – no dicho por mí, sino por los climatólogos más respetados – que se convertiría ya en algo irreversible. Bromas, las justas.
Visto así, el apoyo de Musk a Trump se convierte no solo en una amenaza para todo el planeta, sino además, una prueba palmaria de la brutal decadencia de los Estados Unidos, un país en el que los terraplanistas, los conspiranoicos y los que desprecian la ciencia son capaces de aupar a un completo inepto populista hasta la presidencia.
¿Qué significa esto para Musk? Simplemente, que ahora puede presentar lo que quiera, puede aparecer del mismísimo brazo de Jesucristo resucitado, que va a carecer de la más mínima credibilidad. Sus ideas políticas le han convertido en un auténtico lastre para sus negocios. El «We, robot» de la semana pasada fue un evento impresionante en función de los productos presentados que trataba de evocar, sin sus connotaciones negativas, el escenario de la película, pero que en su lugar ha conllevado una caída de las acciones de la compañía de un 10% – que aún se mantiene. Y si bien es posible que el taxi de dos plazas presentado no llenase las expectativas de los analistas o que no amenace seriamente a compañías como Uber o Waymo, no es de cartón-piedra ni una entelequia: existe, anda, y en términos de auto-conducción, no está nada lejos de lo que un Tesla ya hace (salvo en la ultra-regulada Europa) en modo full self driving.
Es perfectamente posible que la voz de los robots estuviese en realidad producida por actores… pero de nuevo, su movimiento y desplazamiento o su habilidad para servir una cerveza era completamente real. Entre decir que los robots estaba «asistidos» en su capacidad para el lenguaje y que «eran una farsa», «maniquíes animatrónicos» o un «turco mecánico» va una enorme distancia, que en robótica lo es todo. Hay que ser profundamente ignorante para despreciar lo que Tesla ya ha logrado – y demostrado – en robótica simplemente porque en esa presentación, los robots no hablaban por sí mismos.
Pero todo da igual. Elon ha entrado en política, y ya nada importa, todo lo que haga es inútil y no vale nada. Ya lo decía mi abuela: no te metas en política.
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