Es un roedor de grandes mofletes y ha sido capaz de realizar una gesta sin precedentes: devolver la vida a un paraje arrasado por una erupción volcánica

El monte Santa Helena es lo que se conoce habitualmente como un estratovolcán. Está situado en el estado de Washington y se encuentra cerca de las localidades estadounidenses de Seattle y Portland. La erupción que tuvo lugar en el año 1980 tuvo consecuencias catastróficas para la flora y fauna de todos los territorios colindantes. Sin embargo, un héroe roedor inesperado fue introducido en una región devastada con el objetivo de hacer reflotar la vida. Y vaya si lo consiguió.

El poder de sanación de la tuza de bolsillo del norte

Dado que las inmediaciones del monte Santa Helena estaban arrasadas por las cenizas y la lava, algunos científicos decidieron intentar una solución desesperada: liberar tuzas de bolsillo del norte, una especie de roedor excavador de América del Norte, durante 24 horas. El resultado fue sorprende, ya que estos animales consiguieron empujar a la superficie la tierra de las profundidades, lo que permitió regenerar la vida animal y la flora de la región.

Sin embargo, lo que aquellos científicos seguramente no imaginaban es que los beneficios de aquel experimento aún fuesen visibles en pleno año 2024. Un reciente artículo publicado en la revista científica Frontiers in Microbiomes explica cómo han evolucionado las distintas comunidades de hongos y bacterias en esta zona devastada en 1980, frente a regiones que no se vieron afectadas por la erupción.

Fue en 1983 cuando Michael Allen, microbiólogo de la Universidad de California en Riverside, y James McMahon, perteneciente a la Universidad de Utah, liberaron algunos ejemplares de este roedor en zonas donde la piedra pómez apenas había permitido crecer a una docena de plantas. Seis años después, los lugares habitados por las tuzas ya contaban con alrededor de 40.000 plantas cubriendo el paisaje, mientras que el resto del terreno continuaba siendo casi inhóspito.

El resurgimiento de la vida, además de por la propia acción de los roedores, fue ocasionado por los hongos que penetraban en las raíces de las plantas y con las que ‘intercambiaban nutrientes y recursos’. Además, también se sabe que les ayudaron a protegerse contra algunos patógenos del suelo, pudiendo sobrevivir.

Pero aún existen más curiosidades por descubrir. Uno de los lados de la montaña alojaba un bosque antiguo de pinos, que habían sido cubiertos por la ceniza de la erupción y que habían perdido sus acículas, esas agujas tan características de estos árboles. Evidentemente, esto hizo temer por la pérdida del bosque, aunque no sucedió.

En su lugar, según Emma Aronson, coautora del estudio y microbióloga medioambiental de la Universidad de California en Riverside, los árboles se alimentaron de los hongos que las acículas generaban en el suelo, lo que permitió un rápido crecimiento del bosque. Según Emma, ‘los árboles revivieron casi inmediatamente en algunos lugares, sin morir como todo el mundo creía’. Eso sí, todo lo contrario sucedió al otro lado de la montaña.

Dicha región había sido talada antes de la erupción volcánica, con lo que no existía ningún tipo de acícula que pudiese nutrir el suelo devastado. En definitiva, esta es una prueba fehaciente de cómo los seres vivos pueden interrelacionarse en situaciones de extrema gravedad para devolver la vida a zonas arrasadas por procesos geológicos inevitables. Roedores, hongos y bacterias al servicio de la Tierra.

El artículo Es un roedor de grandes mofletes y ha sido capaz de realizar una gesta sin precedentes: devolver la vida a un paraje arrasado por una erupción volcánica fue publicado originalmente en Urban Tecno.

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