Mi columna en Invertia de esta semana se titula «De satélite a móvil: el cambio en el panorama de las telecomunicaciones» (pdf), y trata de resumir la situación que se está generando en el panorama de las telecomunicaciones a partir de la aprobación regulatoria condicional con algunos límites por la FCC en los Estados Unidos del lanzamiento por parte de SpaceX y T-Mobile de un servicio de telecomunicaciones directas de satélite a smartphone (Direct-to-Device, o D2D).
En esta industria todos sabemos cómo funcionan las aprobaciones condicionales: el èrmiso, que por el momento afecta tan solo a una prueba porque únicamente 320 de los 2,600 satélites Starlink de segunda generación en órbita, que empezaron a ser lanzados en enero de este año, tienen la capacidad de establecer servicios D2D, incluye restricciones sobre la potencia de transmisión para evitar supuestas interferencias con redes terrestres existentes. Unas supuestas interferencias que podrán pronto ser descartadas, y permitirán que esos satélites utilicen la totalidad de su potencia para llevar a cabo transmisiones con un ancho de banda y una latencia perfectamente operativas para llamadas de voz o incluso de vídeo.
¿Qué ha cambiado en el entorno satelital? Durante mucho tiempo, los satélites estuvieron restringidos a órbitas medias (2,000 a 34,000 kilómetros) o elevadas (más de 36,000 kilómetros) sobre nuestro planeta. Esas distancias condicionaban unas latencias de ida y vuelta que de alrededor de 280 milisegundos o 600 milisegundos respectivamente, claramente muy elevadas para poder plantear un servicio mínimamente operativo con los estándares actuales.
Sin embargo, tras la aprobación del uso de órbitas bajas (LEO, o Low Earth Orbit, de 160 a 2,000 kilómetros), que ya permite latencias de 30 milisegundos o inferiores, y tras la concesión, en 2018, de una licencia a Starlink para poner en órbita 7,518 satélites, primero, y otra todavía no aprobada para 22,488 satélites más, empezamos a ver cómo Elon Musk se había hecho, gracias a la necesidad de llenar la capacidad de los muchos lanzamientos de cohetes que necesitaba para alcanzar las necesarias economías de escala y aprendizaje, con una compañía que podía llegar a ser un actor fundamental en el panorama de las telecomunicaciones.
La idea es sencilla: convertir cada satélite en una estaciones base que se comunica directamente con nuestros smartphones, sin que sean necesarias antenas terrestres ni equipos especializados. SpaceX lanzó Starlink Direct-to-Cell precisamente con esa idea: en principio, cubrir zonas en las que el servicio de las compañías de telecomunicaciones tradicionales era deficiente o inexistente (el océano, el desierto, la jungla y zonas despobladas), o la cobertura en momentos en los que la infraestructura terrestre dejaba de funcionar, como durante guerras o catástrofes naturales.
¿Qué ocurre ahora? En principio, el propio Musk habla de que su servicio no puede funcionar bien en áreas con una densidad elevada de usuarios, como en las zonas urbanas, pero en un entorno de desarrollo tecnológico hiperactivo, es fácil prever que esas limitaciones puedan cambiar en un futuro. Por el momento, compañías como Telefonica anticipan que el D2D será simplemente un complemento para ofrecer conectividad ubicua, lo que las forzaría a llegar a unos acuerdos con Starlink en los que la compañía satelital es prácticamente la única en su situación. Pero también es fácil imaginar, en un panorama en el que las compañías de telecomunicaciones llevan ya años deshaciéndose de las infraestructuras terrestres que les conferían su ventaja competitiva para dejar su gestión a otras empresas, los problemas que pueden surgir derivados de una compañía que domina esas infraestructuras… pero en el cielo, varias decenas de kilómetros para arriba, y al margen de fronteras, roamings, y similares.
Veremos cómo evoluciona esa situación. Pero lo que está claro es que si alguna vez imaginamos un mundo con conexión ubicua en el que poder comunicarnos desde absolutamente cualquier lugar, ese sueño empieza a poder convertirse en realidad.
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