El auge de la inteligencia artificial (IA) de los últimos dos años ha provocado un frenesí constructor de centros de datos, la infraestructura que hace posible que esta tecnología funcione. Independientemente del efecto que pueda tener la china DeepSeek, que ha demostrado que se pueden desarrollar modelos con menos recursos, el presidente de EE UU, Donald Trump, anunció en su primera semana en el cargo un ambicioso plan que movilizará 500.000 millones de dólares en cuatro años para construir centros de datos y asegurarles un suministro energético suficiente. El crecimiento de este mercado en EE UU empieza a poner contra las cuerdas a la red energética del país, que está buscando fórmulas imaginativas (incluyendo la autorización de reactores nucleares de bolsillo) para sumar potencia al sistema. Pero el lado oscuro de la producción de IA va más allá de su voraz consumo energético y de agua, usada para refrigerar los equipos, o de la generación de cada vez más basura electrónica. También puede afectar a la salud de la ciudadanía, tal y como ha reconocido hace poco, y por primera vez, la Casa Blanca.
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