
Mi columna de esta semana en Invertia se titula «Elon Musk o el problema de mezclar política y negocios» (pdf), y trata de detallar la caída del valor de las propiedades de Elon Musk a medida que se involucra más y más en el gobierno más patético de la historia de los Estados Unidos, poniendo claramente de manifiesto el peligro de mezclar la actividad política con la empresarial.
Si bien el personaje se mantiene como persona más rica del mundo aún con gran diferencia, y el descenso de su riqueza, cuando hablamos de esos niveles, tiene una importancia muy relativa, lo que está ocurriendo es, claramente, una reacción de rechazo cada vez más intensa que no puede presagiar nada bueno para sus negocios.
Todo indica que, en muchos sentidos, Elon Musk ha cambiado de fase: ahora sus negocios son completamente secundarios ante lo que cree que es un exitoso salto a la política y al control del país más rico del mundo, aunque bajo el gobierno de Donald Trump se haya convertido en una auténtica caricatura de sí mismo.
Las ventas de la única compañía cotizada que posee y la que más sustenta su riqueza están cayendo en todas las regiones del mundo. En los Estados Unidos, la fuerte caída, que tiene lugar mientras otros fabricantes de vehículos eléctricos aún crecen, es obviamente debida al fortísimo desajuste entre los compradores de sus vehículos, personas por lo general progresistas y preocupadas por la evolución de la emergencia climática, y la «renovada imagen» de un Musk ultraderechista que no duda en involucrarse en el gobierno de un imbécil reaccionario e infantil que hace, en ese sentido y en muchos otros, todo lo contrario a lo que haría alguien en su sano juicio.
La administración Trump ha eliminado las ayudas a la adquisición del vehículo eléctrico y a la instalación de redes de cargadores, ha autorizado a las empresas de hidrocarburos a que extraigan todo el petróleo, el carbón y el gas que quieran, y ha interrumpido las inversiones en renovables, pero Musk, sin embargo, sigue completamente rendido a esos postulados como si nada importase, o como si todo el capital intelectual que había acumulado a lo largo de los años anteriores hubiese sido parte de una enorme farsa.
En la Unión Europea, las ventas de Tesla caen con fuerza: en Francia se han desplomado un impresionante 63.4%, mientras en Alemania, país que Musk visita con frecuencia y en el que se ha dedicado a participar de manera entusiasta en los mítines de un partido neonazi como AfD, lo hacen un 59.5%. Incluso en países nórdicos como Suecia o Noruega, en donde Tesla se había convertido en un actor fundamental en la electrificación del parque automovilístico y había llegado a ser con diferencia la marca más vendida ya no entre los eléctricos, sino en total, las caídas son del 44.3% y el 37.9% respectivamente.
En el mayor mercado automovilístico del mundo, China, la caída de las ventas el pasado enero con respecto al mismo mes del año pasado alcanza el 11.5%, en este caso parece que más debido a la competencia cada vez mayor de otros fabricantes que por la involucración de Musk en una geopolítica que deja bastante indiferentes a la gran mayoría de los ciudadanos chinos.
Otra de las compañías de Musk, Starlink, parece también estar empezando a resentirse: en Canadá, Ontario canceló un contrato de $68 millones con la compañía para llevar internet a sus zonas más tradicionalmente incomunicadas, al amenazar Donald Trump con una de sus tentativas de aranceles, después retirada. El contrato volvió a ser ratificado cuando los aranceles fueron retirados, pero todo parece indicar que Starlink puede ser una de las grandes perjudicadas en todos los países que Trump se dedique a amenazar.
La cuestión, además, tiene lógica: si eres un ucraniano al que Musk, hace algún tiempo, ofreció acceso a su red de satélites, ahora sabes que ese acceso puede ser cortado y utilizado como medida de presión en cualquier momento en función del resultado de cualquier negociación bilateral. A ningún gobierno le resulta atractiva la idea de que una red de comunicaciones pueda estar directamente en manos de un alto mandatario de un gobierno extranjero, particularmente si su presidente es un lunático que cree que todo vale y que el fin siempre justifica los medios.
Así, mientras Starlink se afana en ofrecer sus servicios de telecomunicaciones a todos los norteamericanos a golpe de anuncios en la Super Bowl, para la mitad del país, la idea de dar su dinero a una compañía encabezada por Musk se convierte en repulsiva. Y la otra mitad, la que vitorea al personaje por su apoyo a Donald Trump, coincide con la mitad que menos importancia da a cuestiones como el acceso universal o la tecnología en general.
Con su desembarco en la política de la mano de Donald Trump, Musk ha dilapidado años de credibilidad en una causa en la que su participación se consideraba importantísima, y se ha posicionado precisamente con los que ridiculizan esa causa. Pensar que sus negocios no iban a sufrir las consecuencias de ello era absurdo, por mucho que ahora pueda auto-concederse misiones espaciales para SpaceX y recuperar, por la vía de la corrupción institucionalizada y el capitalismo de amiguetes, una parte de ese dinero. Exactamente como en la era del oropel, la Gilded Age y sus forgettable presidents: un Elon Musk que parecía que iba a cambiar el mundo, convertido en un robber baron más. Qué triste.
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