Inteligencia artificial, creación artística y debates absurdos

IMAGE: Christie's

La subasta que Christie’s ha anunciado entre el próximo 20 de febrero y el 5 de marzo, titulada «Augmented Intelligence«, está siendo fuertemente polémica, con cartas de protesta con unos pocos miles de firmas, peticiones de cancelación y ofendidísimos artistas que advierten sobre los peligros de la inteligencia artificial.

¿Cuál es el problema de esa subasta? Simplemente, que ofrece obras creadas mediante el uso de algoritmos de inteligencia artificial, algo que muchos artistas encuentran inaceptable porque esas herramientas, en general, han sido entrenadas utilizando un gran número de obras creadas por artistas humanos. En el fondo, estamos ante la enésima polémica de una serie de autores que pretenden vivir de sus creaciones, pero que nadie haga con ellas nada más que mirarlas, porque si se inspiran de alguna manera en ellas para crear otras, serán objeto de su ira.

Básicamente, una estupidez, porque en todos los casos, y por mucho que esos autores pretendan hacernos creer que sus obras provienen únicamente de su genial cerebro sin ningún tipo de inspiración adicional, sabemos que no es así, y que ellos han llevado a cabo exactamente el mismo proceso: inpirarse en obras creadas anteriormente.

¿Han utilizado los creadores de este tipo de algoritmos obras creadas por artistas? Por supuesto, en la práctica totalidad de los casos. Desde imágenes de todo tipo con sus correspondientes descripciones, hasta colecciones enormes de libros digitalizados y compartidos a través de páginas de descargas. ¿Lo han hecho sin el permiso de los autores? Por supuesto, porque ese permiso no era necesario. El permiso es obligatorio cuando esas obras van a ser reproducidas o distribuidas, y ninguno de esos supuestos es cierto: las obras han sido utilizadas para inspirar nuevas creaciones, algo que cualquiera de nosotros podemos hacer sin más restricción que el que nuestra creación no sea una copia de otras anteriores.

Las imágenes generadas por artistas utilizando esos algoritmos no son copias de creaciones anteriores, porque si lo fueran, su interés sería nulo. Son creaciones nuevas, que simplemente han utilizado las de otros artistas para inspirarse, como hacen todos los artistas conocidos desde hace millones de años. Explorar la interfaz entre el arte y la inteligencia artificial es algo perfectamente lícito, como lo es el plantearse que un algoritmo de inteligencia puede ser una herramienta equivalente a un pincel, cuyo uso no solo no está al alcance de cualquiera – buena suerte si intentas crear algo mínimamente parecido a alguna de las obras expuestas – sino que, además, refleja algo que un autor quiso expresar con la ayuda de una herramienta, como ocurre cuando alguien confronta un lienzo en blanco con una paleta y un pincel.

Dar vueltas en torno al copyright y los derechos de autor cada vez que surge una nueva forma de expresión o creación no nos va a llevar más que a sinsentidos. El simplismo de quienes piensan erróneamente que los algoritmos «solo recortan, pegan, colorean y recombinan piezas de otras creaciones», tampoco. Si quieres crear obras y que nadie las utilice jamás como fuente de inspiración, escóndelas y no las muestres nunca a nadie, porque el proceso de inspiración es inevitable. De hecho, colaborar con robots y algoritmos es seguramente más interesante que cualquier postura maximalista del tipo «jamás me mezclaré con esas cosas».

A la hora de plantearnos qué trabajos debe o no hacer la inteligencia artificial, en un mundo en el que todos sin excepción vamos incorporando algoritmia a nuestros trabajos, las consideraciones deben ser más de tipo funcional que guiadas por fundamentalismos absurdos. En The New York Times han decidido dar paso al uso de algoritmos en todos los procesos internos de trabajo. En IE University lo empezamos a hacer hace tiempo, y no quiere decir ni que los profesores nos dediquemos a corregir ejercicios con inteligencia artificial sin mirarnos lo que nuestros alumnos han escrito, ni mucho menos que esos algoritmos den clase por nosotros. La realidad es muy diferente, y cada vez se ve más claro que las nuevas herramientas se pueden utilizar para potenciar los objetivos reales que se pretendía alcanzar.

Si, en el futuro, resulta que el público termina prefiriendo las obras creadas mediante algoritmos de inteligencia artificial a las creadas por artistas con otras técnicas, digamos, más clásicas, será algo muy interesante: frente al clásico «las máquinas no pueden crear emociones», la evidencia de que, en la creación, pasamos generalmente primero por el desprecio para después pasar al aprecio, a la evidencia de que, a medida que mejora la tecnología, muchos de sus resultados mejoran también y generan nuevas fronteras, fronteras que nunca deben quedarse sin explorar. Menos «artistas ofendiditos» y más desarrollo tecnológico, por favor.

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