La trampa del copyright en la era de la inteligencia artificial: no es innovación, es retroceso

IMAGE: OpenAI's DALL·E, via ChatGPT

Cuando ves a un grupo de músicos ingleses lanzando afectadamente un álbum silencioso como protesta por el uso que creen que la inteligencia artificial hace de sus obras, te das cuenta de que es fundamental poner fin a la voracidad del copyright y de la propiedad intelectual, si no queremos que un modelo completamente anticuado, sin sentido y que jamás ha protegido a los creadores se convierta en un freno a la innovación.

En la práctica, esos músicos y artistas son el enésimo caso de utilización de personas populares para el beneficio de aquellos que los esclavizan, las compañías discográficas y, en general, toda la industria dedicada a la explotación de los derechos de autor, y que dan a los autores, y no a todos, únicamente las migajas de lo que generan.

La obsesión por expandir el copyright todo lo posible y cubrir cualquier supuesto mínimamente relacionado es, sin duda, el último recurso de quienes temen a la innovación. En un momento en que la inteligencia artificial está transformando la creación artística y redefiniendo lo que entendemos por «arte», insistir en extender las protecciones tradicionales es, en el mejor de los casos, absurdo y, en el peor, un atentado contra el progreso.

La narrativa dominante se basa en el mito de que la inteligencia artificial es una máquina ladrona que copia sin piedad obras protegidas. Sin embargo, basta con observar cómo funciona realmente la inteligencia artificial generativa para darse cuenta de que lo que hace es sintetizar y recombinar información. Ese proceso creativo, muy distinto de la simple copia, es similar a lo que hacen los artistas humanos: toman influencias, recombinan ideas y producen algo nuevo. La insistencia en tratar la síntesis como plagio es, cuanto menos, un error de juicio y una simplificación claramente malintencionada.

Pretender que el trabajo de los artistas van a servir para alimentar la codicia de unas big tech desenfrenadas también lo es: el futuro de la inteligencia artificial no pertenece a esas big tech sino a todos, y se va a desarrollar sobre todo en código abierto… salvo que, precisamente, obliguemos a cualquiera que quiera desarrollar algoritmos a cerrar acuerdos de licencia con todos los creadores del mundo (en realidad, con los que explotan sus derechos), algo que solo estaría al alcance, precisamente, de esas big tech.

Cuanto más se extienda el copyright, más se detendrá la creatividad. Esta idea, defendida con vehemencia por Mike Masnick en este gran artículo en la página de la Electronic Frontier Foundation, se basa en un error fundamental. La extensión excesiva de estos derechos no protege a los creadores, sino que frena la innovación y encierra el conocimiento en cárceles legales anticuadas. Es hora de reconocer que la protección absoluta es una ilusión que beneficia a unos pocos intereses corporativos y a un sistema legal anclado en el pasado.

La polémica no es nueva. Comentarios críticos, como los de Cory Doctorow en The swerve, invitan a dar un giro radical en nuestra concepción de la propiedad intelectual, porque decididamente, no está protegiendo a los artistas, sino únicamente a los que se aprovechan de su trabajo. Si los matones en el colegio le roban a tu hijo el dinero que le das para que se compre la merienda, no importa cuanto dinero le des, no va a tomar merienda… o en realidad, a los únicos a los que le importa la cantidad de dinero que le des es a los matones, que se hacen más ricos.

En lugar de aferrarnos a normas obsoletas, deberíamos abrazar un modelo que fomente la colaboración y la evolución cultural. Es el momento de repensar el papel del copyright y ajustar las reglas para que sirvan al bien común, y no a intereses particulares. Hay que considerar los recientes hitos legales que apuntan a una necesaria reinterpretación del copyright, como la victoria judicial que sentó precedente en el caso de Laion, y que demuestra que el sistema judicial está empezando a entender las sutilezas de la creación en la era digital. Por otro lado, empresas como Nvidia están liderando debates que, más que proteger, buscan redefinir la naturaleza del copyright. Lejos de ser defensores de la innovación, estos gigantes empresariales prefieren perpetuar un status quo que les beneficia a expensas de la cultura y el conocimiento.

Insistir en la expansión del copyright es, en definitiva, una trampa. Una trampa que encierra a la creatividad en una jaula de normas arcaicas y que limita el potencial de una era en la que la inteligencia artificial no va a ser una amenaza, sino una aliada. La síntesis, la recombinación y la reinterpretación son la esencia misma del arte. Es hora de dejar atrás debates absurdos y avanzar hacia un sistema que promueva la innovación y el acceso libre al conocimiento. La verdadera revolución creativa radica en liberarnos de las cadenas de un copyright anticuado, desfasado y desmesurado, y abrazar una cultura abierta y en constante evolución.

La transformación está en marcha. ¿Nos vamos finalmente a atrever a repensar el pasado para poder seguir construyendo el futuro?

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