
Un interesante artículo en The Washington Post, «Forget ‘return to office,’ Mr. President. That’s no way to fix a baby bust«, deja claro que, ahora que ya tenemos perfectamente claro que la tecnología permite ser perfectamente productivos – o más, incluso – cuando trabajamos con flexibilidad, lo que los gobiernos deberían hacer, dada la generalizada preocupación con el descenso de la natalidad, es fomentar de todas las maneras posibles que las compañías ofrezcan esa flexibilidad a sus empleados.
En pleno siglo XXI, cuando parece que los avances tecnológicos superan día a día todas nuestras expectativas, nos encontramos con un debate que, curiosamente, permanece abierto y casi polarizado: ¿por qué no abrazamos plenamente el trabajo distribuido y flexible? La pandemia nos dejó una clara lección sobre la viabilidad de trabajar desde casa, y aun así vemos cómo muchas grandes corporaciones insisten en llevar a sus empleados de vuelta a la oficina casi a la fuerza y a costa de una gran pérdida de talento, como es el caso de Amazon.
Uno de los aspectos más relacionados con esta cuestión y que, más allá de asuntos de productividad o de balance personal, debería hacernos reflexionar a todos, es la posibilidad de que una mayor flexibilidad laboral influya positivamente en la tasa de natalidad. En efecto, si queremos “estimular” la familia y la posibilidad de tener hijos, el trabajo flexible aparece como una herramienta crucial. No se trata de algo anecdótico: quienes trabajan desde casa tienen, lógicamente, mayor espacio mental y temporal para ocuparse de la crianza de sus hijos sin perder o disminuir drásticamente su acceso al mercado laboral.
El burnout, o agotamiento laboral, se está convirtiendo en un problema estructural, y las compañías que quieran retener talento deberían empezar a tomárselo muy en serio. Un análisis publicado en The Conversation describe cómo el trabajo flexible podría ayudar a prevenir este síndrome, al permitir una organización más flexible del tiempo, reducir los desplazamientos y, en definitiva, dar algo de margen para conciliar vida personal y profesional. Si tenemos en cuenta que la falta de conciliación y el estrés son factores decisivos a la hora de formar una familia o de ampliarla, empieza a establecerse un cuadro claro: si las empresas desean que sus empleados se sientan cómodos con la idea de tener hijos, lo que permite reequilibrar la pirámide demográfica y la sociedad en general, deberían plantearse proporcionar condiciones laborales que lo favorezcan.
Hace algún tiempo, Amazon decidió que sus trabajadores debían regresar a la oficina, de manera unilateral y no negociada. La decisión desató la ira de muchos empleados, acostumbrados a la flexibilidad que habían disfrutado durante la pandemia. ¿Por qué esa inercia hacia la oficina cuando la tecnología para desempeñar el trabajo flexible, colaborar con equipos distribuidos y mantener la productividad se prueba perfectamente robusta y efectiva? La respuesta, a menudo, reside en una mentalidad directiva anclada en la cultura del presentismo y el control visual: «si no te veo en la oficina, no estás trabajando».
Esa mentalidad, sin embargo, no solo choca con todo lo que hemos aprendido estos últimos años, sino que puede además generar problemas en la retención de talento. Las nuevas generaciones priorizan el balance vida-trabajo y la flexibilidad, y no se lo piensan dos veces a la hora de cambiar de empresa, sobre todo en mercados de trabajo no tensionados. Si añadimos además un interés real en construir una familia, deberíamos preguntarnos quién va a querer arriesgarse a tener hijos, si tiene que estar cada día en una oficina que le obliga a perder el tiempo miserablemente en un atasco todas las mañanas, o si, por trabajar a distancia, se arriesga a ser visto como «menos comprometido» o a tener que aceptar menos dinero? Algo que nos lleva inmediatamente a otro interrogante: ¿son las empresas capaces de adaptarse a las necesidades de sus empleados… o simplemente esperan que sus empleados se adapten a ellas sin rechistar?
Algunos expertos apuestan a que el trabajo flexible o híbrido volverá con fuerza, o que nunca se fue del todo: las organizaciones más modernas, conscientes de sus beneficios, llevan años practicándolo con éxito. El impulso de la innovación tecnológica hace cada vez más factible la colaboración distribuida, la gestión de proyectos en modo no presencial y la comunicación asíncrona. Herramientas hay, y de sobra. El foco, por tanto, debería estar en el cambio de mentalidad, en entender que la flexibilidad no solo no merma la productividad, sino que la puede impulsar.
Vivimos en sociedades que, progresivamente, experimentan un descenso en las tasas de nacimientos. El trabajo flexible brinda un respiro esencial para quienes desean formar o ampliar su familia sin renunciar a una carrera profesional. Es una vía para conciliar las largas horas de cuidado de los hijos con la rutina laboral, ahorrando tiempo y agotamiento en desplazamientos, y permitiendo rutinas más ajustadas a necesidades personales. El potencial de la tecnología para impulsar dicha flexibilidad es innegable: herramientas de videoconferencia, plataformas de gestión de proyectos, entornos colaborativos en la nube… todo ello, acompañado de políticas corporativas que verdaderamente apuesten por una cultura de objetivos y de confianza, que redunda en empleados más satisfechos, con una menor probabilidad de caer en burnout y, en última instancia, más propensos a plantearse la paternidad o maternidad.
Estamos ante una coyuntura histórica en la que el trabajo flexible no solo es posible, sino que ha sido validado por la práctica de millones de personas. Que algunas empresas prefieran ignorar este hecho en pro de un regreso nostálgico al modelo presencial tradicional demuestra una profunda desconexión con las nuevas realidades sociales y demográficas.
La disyuntiva no es entre productividad y comodidad, sino entre evolución y anquilosamiento. Si una compañía desea apostar por un futuro con más empleados comprometidos, menos burnout y, de paso, contribuir a que en sus sociedades crezca la natalidad, la solución es clara: usar la tecnología para crear políticas de trabajo flexible. Fomentar la flexibilidad no es solo una cuestión de conveniencia, sino una vía pragmática y potente para asegurar la sostenibilidad social, económica y demográfica de nuestras sociedades. Y quien antes lo comprenda, estará un paso más cerca de liderar el futuro.
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