
Una noticia publicada ayer en The Guardian, «Boarding passes and check-in could be scrapped in air travel shake-up« , da cuenta de la revolución que supondrá la eliminación de las tarjetas de embarque y los procesos de check-in tradicionales, que dará lugar a un giro sustancial en la experiencia de viajar en avión.
La promesa de trámites más ágiles y automatizados, basados en tecnologías de reconocimiento facial y otras soluciones biométricas, abre la puerta a un futuro en el que los pasajeros podrán dirigirse directamente al control de seguridad, y posteriormente a la puerta de embarque, sin tener que mostrar documentación acreditativa ni tarjetas de embarque físicas o digitales. Este cambio se enmarca dentro de One ID, un plan de modernización promovido por distintas aerolíneas internacionales, los organismos reguladores y las autoridades aeroportuarias para optimizar la gestión de pasajeros, mejorar la seguridad y, en último término, brindar una experiencia más fluida.
Estas novedades también han generado un intenso debate, especialmente en torno a la privacidad y la protección de datos. Mientras algunos aplauden los posibles beneficios en eficiencia y reducción de tiempos de espera, otros muestran preocupación por el posible uso de datos biométricos y la creciente vigilancia a la que pueden someterse los viajeros.
Durante décadas, el proceso de check-in ha sido un paso esencial e ineludible para todos los pasajeros. Originalmente, este trámite servía para asignar asiento, comprobar el equipaje y validar la identidad. Con la digitalización de los últimos años y la popularización de las aplicaciones móviles de las aerolíneas, el check-in pasó a hacerse en muchos casos, voluntariamente, de manera virtual, lo que redujo drásticamente el tiempo de espera en el aeropuerto. Sin embargo, este cambio no dejó de ser una adaptación parcial: el pasajero todavía tenía que mostrar la tarjeta de embarque (física o digital) y, en muchos casos, su documento de identificación en cada punto de control.
El sistema propuesto señala un paso más ambicioso: la desaparición total de la tarjeta de embarque y la fusión del control de seguridad con la verificación de identidad a través de soluciones biométricas. El objetivo es eliminar redundancias y agilizar procedimientos, y se espera que, gracias a este sistema, los aeropuertos puedan procesar a más viajeros por hora, reducir los costes operativos asociados al personal de tierra y el papel, y disminuir la congestión de las zonas de facturación. Por otro lado, la racionalización del proceso aspira a simplificar la experiencia del usuario, haciéndola más rápida y cómoda.
Fuentes como la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) han venido defendiendo la implantación de innovaciones tecnológicas de este tipo, y proponen que la identidad del viajero se verifique tan solo una vez mediante la captura de datos biométricos. Con ello, el pasajero podría moverse sin papeles por todo el aeropuerto, desde la facturación del equipaje hasta el embarque. En Europa, la Agencia de la Unión Europea para la Seguridad Aérea (EASA) ha participado en proyectos piloto en los aeropuertos de Amsterdam-Schiphol, Londres-Heathrow y Frankfurt con el fin de evaluar la viabilidad, la eficacia y la seguridad de estas soluciones.
La adopción de este modelo de verificación biométrica trae consigo múltiples beneficios para los operadores: por un lado, se incrementa la eficiencia y se garantiza una mejor gestión de los recursos, disminuyendo las colas en los mostradores de facturación y agilizando el paso por los controles de seguridad. Eso puede traducirse en aeropuertos menos congestionados, y en una reducción de la incidencia de errores humanos, como la lectura errónea de la tarjeta de embarque o la duplicidad de asientos.
Para las aerolíneas, la implantación de esta tecnología implica un ahorro de costes a medio y largo plazo, ya que se reduce el personal destinado a gestionar manualmente el proceso de check-in. Al mismo tiempo, mejora la percepción de modernidad y calidad de servicio, ya que los pasajeros tienden a valorar positivamente la rapidez y la comodidad. Sin embargo, la inversión inicial en tecnología (hardware de captura biométrica, software de gestión de identidades y sistemas de seguridad avanzada) es elevada, lo que plantea un reto a corto plazo para la adopción masiva en aerolíneas de bajo coste o aeropuertos con presupuestos limitados.
El punto neurálgico de esta transformación está en la privacidad y la protección de los datos biométricos. Por la naturaleza sensible de esta información, es crucial establecer salvaguardas y protocolos de seguridad estrictos para garantizar que no haya filtraciones ni usos indebidos. Organizaciones como la Electronic Frontier Foundation (EFF) han expresado su preocupación por la recolección masiva de estos datos y la posibilidad de que las agencias gubernamentales u otras entidades puedan acceder a ellos con fines de vigilancia.
Para los viajeros, la pregunta no es solo cómo se gestionarán estos datos, sino también quién los custodiará y con qué propósitos podrán ser utilizados más allá del mero embarque. La experiencia de otros sectores, como el de los teléfonos inteligentes, muestra que los sistemas de reconocimiento facial pueden fallar, y también que, sin los adecuados protocolos de cifrado, los datos biométricos pueden quedar expuestos a filtraciones. En este sentido, es imperativo que las instituciones involucradas apliquen tecnologías de privacidad diferencial y anonimización cuando sea posible. Asimismo, las autoridades deben establecer marcos legales y regulatorios claros que delimiten las responsabilidades de aerolíneas, aeropuertos y agencias gubernamentales en el manejo de esta información.
A pesar de los dilemas éticos y de las controversias generadas, no cabe duda de que la eliminación de las tarjetas de embarque y del check-in tradicional podría mejorar la experiencia de viaje de manera muy notable. Reducir la complejidad de los trámites, eliminar pasos redundantes y acelerar el tránsito en aeropuertos es, sin duda, beneficioso para la mayoría de los viajeros. No obstante, es fundamental que los organismos competentes establezcan mecanismos de auditoría externa e independiente, que garanticen que las herramientas biométricas no serán utilizadas con fines diferentes a los inicialmente descritos. La transparencia en la comunicación con los pasajeros es clave: informar sobre qué datos se recogen, dónde se almacenan, durante cuánto tiempo y bajo qué medidas de protección genera confianza y reduce la incertidumbre.
En países con legislaciones de protección de datos avanzadas, como el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) en la Unión Europea, se dispone de bases legales sólidas para regular el tratamiento de datos personales. Aun así, la complejidad de la cadena de gestión, que incluye aerolíneas, aeropuertos, autoridades migratorias y proveedores de tecnología, exige una supervisión constante y coordinada. El desafío radica en mantener un equilibro entre la innovación y el respeto a los derechos fundamentales de los ciudadanos.
Personalmente, considero que la transición hacia un modelo de viaje más fluido, sin tarjetas de embarque, check-in y barreras físicas innecesarias, es un paso lógico en la evolución de la industria aeronáutica. La comodidad para el pasajero y el potencial de eficiencia que se ganará en toda la cadena de servicios son beneficios tangibles que la sociedad puede y debe celebrar. Sin embargo, la historia reciente nos enseña que toda tecnología disruptiva que maneje datos sensibles requiere marcos de actuación claros, supervisión sólida y sanciones proporcionales en caso de incumplimiento.
Además, el usuario debe tener la posibilidad de ser informado y consentir de manera explícita el uso de sus datos biométricos. Sería deseable que, en paralelo a los sistemas de verificación sin contacto, se ofrezcan vías alternativas para aquellos pasajeros que, por cualquier motivo, prefieran no compartir su información facial o dactilar. En un escenario ideal, la tecnología debería servir para multiplicar opciones y libertades, no para restringirlas.
Además, resulta fundamental remarcar la importancia de la colaboración entre los distintos actores. Las aerolíneas pueden liderar la implementación de sistemas seguros, los aeropuertos deben facilitar la infraestructura, las autoridades reguladoras han de emitir directivas y reglas claras, y las organizaciones defensoras de la privacidad deben ejercer una labor de vigilancia independiente para evitar abusos. Solo así podremos disfrutar de los avances tecnológicos con la tranquilidad de que no serán utilizados de manera arbitraria.
No obstante, el debate sobre privacidad y protección de datos biométricos no debe pasarse por alto. Como indican organizaciones de reconocido prestigio y criterio como la EFF, resulta imprescindible establecer marcos regulatorios claros y contar con supervisión independiente para garantizar que estas innovaciones no se conviertan en herramientas de control o vigilancia desmedida. Hablamos de avances deseables, pero que demandan la implementación de mecanismos que protejan los derechos de las personas. Con una colaboración adecuada entre aerolíneas, autoridades, órganos reguladores y defensores de la privacidad, la industria aérea podría beneficiarse de esta revolución tecnológica sin sacrificar los principios fundamentales que velan por la libertad y la dignidad de los viajeros. Comodidad y conveniencia, sí, pero no debe obtenerse a cualquier coste. Recordemos esto.
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