Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Inteligencia artificial y actitudes» (pdf), y trata de plantear el proceso de adopción tecnológica que está siguiendo la inteligencia artificial generativa, y las actitudes cortoplacistas o carentes de proyección que plantean muchos usuarios con respecto a esta herramienta.
Vaya por delante que con la inteligencia artificial, como ya seguramente intuyen los que me leen habitualmente, estoy absolutamente convencido de que estamos ante una innovación de más calado y con efectos mucho mayores que lo que supuso en su momento la llegada de internet y la web. Si esto lo dice una persona que experimentó con internet y la web desde los inicios de su popularización, que conscientemente se dedicó a surfear esa ola primero en los Estados Unidos y después en España y otros países con resultados que están a la vista, y que hasta hace pocos años la consideraba el desarrollo más importante que había presenciado en su vida, es como mínimo una aseveración fuerte. La inteligencia artificial es ahora mismo la clave del futuro, y los que no lo vean, es porque, simplemente, no han entendido lo que tienen delante.
En primer lugar, estamos ante una tecnología que, aunque lleve en desarrollo varias décadas, está aún en sus inicios en su iteración actual. Del mismo modo que el uso de internet pasó muchos años restringido a círculos académicos y universitarios, y solo con la llegada de la web en 1989 comenzó a convertirse en un fenómeno de adopción atractivo para cada vez más personas, la inteligencia artificial ha pasado por fases en las que sus posibles aplicaciones iban por delante del estado que permitía la tecnología, después comenzaban a ser útiles para niveles de automatización cada vez más avanzados, y solo con la llegada de Dall·E y ChatGPT en 2022 pasaron a generar un interés cada vez mayor para lo que llamamos «el público en general».
¿Cómo reacciona ese «público en general» ante una innovación como esta? Obviamente, primero con curiosidad, como prueba el hecho de que la popularidad de ChatGPT escalara rápidamente hasta convertirse en el fenómeno tecnológico de más rápida difusión de todos los tiempos. Después, como también es natural, comienzan a surgir los críticos: que si «alucina» y dice cosas absurdas, que si no es riguroso, que si se equivoca y proporciona información errónea, o que si se limita a recombinar cosas y carece de posibilidades de creatividad.
Lógicamente, las reacciones defensivas son esperables ante una tecnología que trata de imitar el funcionamiento del cerebro humano, y que de hecho, lo hace muy bien. Acostumbrados a algoritmos que hacían muy bien una cosa – jugar al ajedrez, al Go, a videojuegos, a juegos de preguntas y respuestas, etc.- la idea de un algoritmo que escribe con mayor corrección gramatical y con más sentido que la inmensa mayoría de los seres humanos resulta casi insultante, y de ahí algunas reacciones. La perspectiva, además, de una posible sustitución de muchos humanos dedicados a una amplia variedad de tareas genera miedo y estimula reacciones encontradas, casi agresivas. De ahí la enorme profusión de ejemplos que trataban de desacreditar y presentar como no fiables o como peligrosos a estos algoritmos generativos.
Sin embargo, hay que poner en perspectiva una cosa: estamos al principio de su evolución, su entrenamiento, a pesar de haber consumido muchísima información, es aún incipiente, y sobre todo, es progresivo: no se detiene, es cuasi-ilimitado en la cantidad de información que puede gestionar, y no desaparece de repente por culpa de un accidente o una enfermedad, como ocurre con los cerebros humanos. Si proyectamos el incremento de prestaciones de los algoritmos desde noviembre de 2022 hasta ahora, la pendiente de la línea es para impresionar a cualquiera. Y aunque no tenga necesariamente que mantenerse así de inclinada, lo que sí está claro es que no va a cambiar de sentido, no retrocede ni empeora en modo alguno. Es más: ahora son máquinas las que escriben el código que marca lo que hacen otras máquinas, por lo que se prevé un desarrollo aún más rápido.
¿Es divertido encontrar fallos o inexactitudes en un algoritmo generativo, o hacerle decir tonterías? Sin duda, es como pillar al profesor en un renuncio, salvo que psicológicamente, aún tiendes a creer (erróneamente) que el profesor eres tú. No nos equivoquemos, la tarea es interesante, puede aportar un feedback muy valioso y alguien tiene que hacerla, pero… ¿quieres pasarte el resto de tu vida haciendo chistes y tratando de desacreditar a una tecnología mientras otros la rentabilizan cada vez más y te convierten en un escéptico cada vez más aislado? No, la reacción de «qué pasada esto, pero a mí no me sirve y no lo usaré nunca porque X, Y o Z» no es en absoluto inteligente. Si vas a pretender dedicarte a la descalificación, espero que quede poco para tu fecha de jubilación, porque si no, lo vas a pasar muy mal en tus últimas etapas como profesional.
La estadística puede ser ridiculizada aplicando una frase que Mark Twain atribuyó a Benjamin Disraeli, «hay tres tipos de mentiras: mentiras, malditas mentiras y estadísticas«, pero quedarse ahí es un enrome error. En la práctica la estadística está detrás de todo, desde los refranes que repetimos hasta de la forma en que nuestro cerebro aprende. Y lo que hace la inteligencia artificial generativa es utilizar procedimientos estadísticos para recopilar información, aislar conceptos de ella, ser capaz de entender las relaciones entre esos conceptos y plantear nuevas relaciones entre ellos, de una forma, además, cada vez más competente y sobre todo, sin vuelta atrás. Si vas a quedarte en la noción de «loro estocástico«, ten cuidado: te estás perdiendo algo, y te estás además insultando a ti mismo: en muchos sentidos, tú también lo eres.
Los algoritmos piensan. Lo hacen de otra manera, pero piensan, y lo hacen cada vez mejor. Si crees que son meros copistas, batidoras más o menos sofisticadas o ladrones que se aprovechan de la propiedad intelectual de terceros, háztelo mirar, porque te estás equivocando, y además, ese error te condenará al mismo ostracismo digital al que condenó a los que negaban la importancia de internet en los ’90 y a principios de este siglo. Pocas generaciones han tenido la oportunidad de presenciar en su vida dos innovaciones del nivel de internet y la inteligencia artificial: no te quedes en presenciarlas, y participa.
No te quedes en miradas alucinadas, en intentos de ridiculización o en hipótesis catastrofistas: estamos ante el mayor salto tecnológico de la historia de la Humanidad, y es el momento de plantear cómo utilizarlo para todo, lo más rápido que puedas. Si no lo haces, te quedarás rezagado y serás, en breve, de los que «siguen haciendo las cosas como antes», lo que te llevará a una progresiva pérdida de valor como profesional. No te quedes en la cara de sorpresa: aplica lo que ves, aprende sobre ello, desarrolla curiosidad, trabaja con otros para ponerlo en práctica, o para que se ponga en práctica de la manera más justa y estando en las manos adecuadas. Es el momento.
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