Un comentario en un podcast de un periodista, Matt Pearce, me ha dado una clave sobre la forma en que está evolucionando internet debido al protagonismo de las redes sociales, que además repite tendencias que ya vivimos hace muchos años: la tendencia cada vez mayor a degradar los enlaces con el fin de tratar de retener a los usuarios dentro de las redes.
Desde la llegada de Elon Musk a Twitter, ahora X, las actualizaciones que contienen enlaces son sistemáticamente degradadas en su visibilidad, del mismo modo que lo hacen Facebook, que cada vez los esconde más o los etiqueta directamente como spam, o ya como Instagram o TikTok, que directamente te obliga a hacer equilibrios extraños y a utilizar espacios antinaturales como el teóricamente reservado a la bio si quieres poner un simple enlace.
¿Qué lleva a esas redes sociales a dar menos visibilidad a los enlaces? Un razonamiento muy sencillo: tratar de retener a los usuarios en las plataformas, sin ofrecerles vías de salida. Muy sencillo, sí, pero brutalmente cutre y, sobre todo, contrario a la filosofía de internet, que precisamente animaba a enlazar lo más posible y tenía en los enlaces su elemento fundamental.
Tan importante eran los enlaces, que Google obtuvo un motor de búsqueda superior a todos los que había en su momento precisamente utilizando esos enlaces como base para calcular su famoso algoritmo, en el que los enlaces entrantes inyectaban relevancia a una página en función, a su vez, de la relevancia de la página de la que provenían.
Antes de Google, habíamos pasado por la era de los portales: páginas cuya función era convertirse en la forma en la que los usuarios de entonces accedían a internet, que animaban a esos usuarios a configurarlos como página de acceso en el navegador, y que intentaban retenerlos a toda costa incorporando todo tipo de servicios: noticias, correo electrónico, la predicción meteorológica, el horóscopo… todo valía con tal de que el usuario permaneciese en el portal y generase páginas vistas, que por supuesto, iban convenientemente trufadas de publicidad.
En consecuencia, todos los enlaces que había en los portales tendían a ser enlaces internos a páginas propias controladas por el propio portal. A ese juego jugaron también los periódicos (algunos, de hecho, continúan haciéndolo), definiendo el miedo a la fuga: si ofreces a tus lectores vías de salida, se irán y los perderás.
Frente a esto, surgieron los weblogs o blogs, que jugaban exactamente a lo contrario: páginas con permalinks, con muchos enlaces externos, que invitaban a los lectores a irse a leer las fuentes que el autor recomendaba, había utilizado o había leído para escribir su artículo, en la confianza de que ese lector volvería porque, a base de encontrar contenidos interesantes, pasaba a considerar a esa página como una referencia útil. Los blogs conquistaron aquel algoritmo original de Google porque tenían una estructura generalmente limpia y porque generaban muchos enlaces, algo que Google consideraba muy positivo para la construcción de su índice, y de internet en general.
Ahora, las redes sociales juegan cada vez más a ese «síndrome del portal»: si degrado los links, conseguiré usuarios idiotizados, auténticos zombies que se dedican al doomscrolling sin plantearse ir a ningún sitio, y que consumirán más publicidad. Un comportamiento contrario a la filosofía de la red, que responde a un patrón pendular, y que efectivamente tiende a degradar su valor, a tratar de crear jardines vallados de contenido.
Puede que sea obvio, pero hasta que vi el comentario de Pierce, no me lo había planteado así. Y me genera verdadero asco. Del propósito inicial de las redes sociales, facilitar la relación entre las personas, al concepto en que se han quedado como simples inyectores de publicidad hipersegmentada a un público cada vez más cautivo, va una distancia equivalente a la degradación de la red y de todo lo que un día representó. Y los culpables de esa degradación tienen nombre y apellidos.
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