¿Usar inteligencia artificial generativa nos vuelve idiotas? No tan deprisa…

IMAGE: Grok

Un estudio recién publicado por un grupo de investigadores de Microsoft Research y Carnegie Mellon, titulado «The impact of generative AI on critical thinking: self-reported reductions in cognitive effort and confidence effects from a survey of knowledge workers« está siendo interpretado por algunas páginas no especialmente rigurosas como una supuesta evidencia de que, de alguna manera, el uso de inteligencia artificial generativa nos está volviendo idiotas.

Las conclusiones reales, por supuesto, no son así, y de hecho, varios de los artículos que extraen esa conclusión lo hacen citando un texto que, aunque aparece en el artículo, es en realidad una cita que el estudio hace de un libro de Lisanne Bainbridge de 1983, mucho antes de que apareciese la inteligencia artificial generativa, buena prueba de que no siempre es sencillo leer e interpretar correctamente artículos académicos, y de que a muchos periodistas les gusta disparar desde la cintura cada vez que ven el menor atisbo de que algo corrobora las conclusiones que ya tenían.

La conclusión de que el uso de inteligencia artificial generativa puede poner en peligro el desarrollo del pensamiento crítico puede resultar tentador y fácil de extraer, sobre todo si has visto a tus alumnos utilizar mal esa tecnología simplemente dejando caer el ejercicio que les has puesto en la ventana de algún asistente e inmediatamente copiar los resultados y pegarlos en tu ejercicio sin el menor atisbo de razonamiento. Yo mismo me expresé en ese sentido hace no demasiado tiempo, pero lo hice, como hago habitualmente, resaltando que como ocurre con toda herramienta, la cuestión fundamental está en educar y entrenar su uso.

En los últimos tiempos, no hemos parado de oír hablar de herramientas que sirven para todo: desde escribirte el resumen perfecto de tu reunión con inversores hasta generarte la mejor estrategia de marketing para tu próximo trimestre o escribirte unas líneas de código. ¿La promesa? Un mundo en el que la productividad se dispara, se reduce la burocracia mental y todos podemos enfocarnos en lo realmente importante. Pero, ¿qué pasa con nuestra capacidad de pensar con criterio, de analizar, de desafiar y contrastar ideas, y de crecer como profesionales?

En efecto, el uso de este tipo de herramientas puede generar una peligrosa paradoja: nos encanta que nos faciliten la vida, pero a medida que confiamos ciegamente en ellas, podríamos perder algo esencial de nuestro bagaje profesional y experiencia. Confiar sin cuestionar, fiarse ciegamente de la máquina y, al final, quedarnos al borde de un precipicio cognitivo en el que lo más preciado, nuestra capacidad de criticar, analizar y pensar, se ve relegado a un segundo plano.

Para este estudio se entrevistó a profesionales de distintos sectores, todos ellos usuarios de herramientas de inteligencia artificial generativa en su día a día. La primera conclusión es clara: cuanta mayor confianza se deposita en la herramienta, menos estímulo tenemos para someterla a un escrutinio riguroso. Es decir, que si estamos convencidos de que la herramienta acierta siempre, tendemos a revisar el resultado cada vez menos y a tragarnos el resultado sin validación alguna. Por el contrario, quienes se consideran más seguros de sus propias habilidades, de su conocimiento del tema o del valor de su experiencia, terminan siendo más críticos y exigentes con la máquina, y someten sus respuestas a una supervisión y un examen más profundo.

Obviamente, el problema es que eso implica más esfuerzo mental: ¿para qué me voy a complicar, si la herramienta ya me da una solución con un aspecto aceptable? Precisamente ahí está la trampa, y la prevención que hago en todos mis cursos y conferencias: si la inteligencia artificial generativa te reduce el tiempo de trabajo (si no fuese así no la usarías), debes incrementar consecuentemente el tiempo de supervisión, algo que, en entornos académicos, puede funcionar muy bien de cara al aprendizaje.

Cuando usamos inteligencia artificial generativa, ciertas partes de nuestro trabajo, como buscar información o crear borradores, se hacen más rápidas y eficientes, pero surge una labor distinta: la de vigilancia o supervisión de la propia herramienta. Usamos menos energía buscando o redactando, pero debemos invertirla en verificar, comprobar, corregir, repensar y contextualizar aquello que la herramienta propone. Si la herramienta se convierte en una forma de sustituir las búsquedas en la red, está muy bien. Si pasa de ahí y nos resignamos a no gestionar adecuadamente al algoritmo, lo estaremos usando mal y empezará a ser peligroso.

La conclusión para directivos o profesionales de gestión es clara: el uso de inteligencia artificial puede catapultarnos a un nuevo nivel de productividad, pero siempre que no olvidemos por el camino entrenar (y mantener en forma) nuestras facultades para el pensamiento crítico. Si lo fiamos todo a la máquina, acabaremos con informes y presentaciones impecables pero huecos, vacíos de ese juicio humano fundamental a la hora de añadir valor. En el estudio, se ve cómo algunos de los encuestados hablan de la necesidad de «cuidar» la herramienta, de formarse adecuadamente en su uso y de hacerla encajar en los procesos de la organización de forma reflexiva. Al final, es cuestión de no comprar la idea de que la inteligencia artificial sustituye nuestra capacidad de pensar, sino de utilizarla como un trampolín, como un motor susceptible de optimizar nuestras tareas y de proporcionarnos alas para reflexionar en un plano superior, en lugar de simplemente desconectar el cerebro.

Pido a mis alumnos que me incluyan la URL de la consulta que hicieron al algoritmo que han utlizado, y he visto buenos ejemplos en ambos sentidos. Desde prompts más largos y elaborados que la propia respuesta obtenida, hasta diálogos interminables con la máquina intentando puntualizar o verificar muchas de sus aserciones.

La pregunta que todos debemos hacernos es si estamos listos para equivocarnos una vez más, dejar las herramientas fuera del curriculum educativo y enfrentarnos a una generación de empleados y directivos que, por fiarlo todo a la inteligencia artificial, pierdan esa capacidad de pensamiento crítico, algo que pagaríamos muy caro en la experiencia real de los negocios. Tal vez sea hora de abordar la llegada de la inteligencia artificial generativa sin olvidarnos de que, por mucha máquina y por mucha magia que parezca haber, debemos ser nosotros los que debemos ser insustituibles para aportar criterio, intuición, matices éticos, razonamiento y un punto de vista propio. Dicho de otro modo: dejemos que la IA sea nuestra aliada, no nuestra muleta.

Y como no podía ser de otra manera en un artículo escrito por un profesor con treinta y cinco años de experiencia, la clave está en la educación y la formación, y no en escandalizarse y disparar desde la cintura cuando se ven artículos que «parecen» decir lo que nosotros pensábamos…

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