Desde la Meca Tecnológica de China: La Revolución de HONOR (Crónica)

Megavlog

El viaje más largo comienza con un solo paso, dijo una vez Lao Tzu. En mi caso, comenzó con un vuelo de 21 horas desde la Ciudad de México hasta Shenzhen, la Silicon Valley china. Veintiuna horas. Ese es el tiempo que toma volar desde la Ciudad de México hasta Shenzhen, la meca tecnológica de China. Un viaje interminable que, paradójicamente, se me hizo corto gracias a la suerte de tener asientos vacíos a mi alrededor. Convertí mi fila en una improvisada suite aérea, estirándome cual lagartija al sol. Esta fortuna me acompañaría en casi todos mis vuelos durante esta travesía, como si los dioses del viaje quisieran compensarme por la maratón aérea que estaba por emprender.

Asientos vacíos

Era mi cuarta visita al país del dragón, pero la emoción no disminuía. Al contrario, crecía con cada kilómetro que nos acercaba a nuestro destino. Esta vez, el motivo de mi peregrinaje tecnológico era visitar la sede de Honor, una marca que ha estado sacudiendo el mundo de la tecnología como un terremoto de innovación. Me sentía como un niño en vísperas de Navidad, ansioso por descubrir los regalos tecnológicos que Honor había preparado para este viaje.

Aterrizamos en Shenzhen ante el intimidante calor y humedad del medio día, pintando el cielo de tonos azules, totalmente despejado, que contrastaban con los rascacielos de cristal y acero. La ciudad parecía sacada de las páginas de una novela de ciencia ficción: estructuras futuristas que desafiaban la gravedad, luces de neón que danzaban en la noche como luciérnagas eléctricas, y un ritmo frenético que te contagiaba apenas ponías un pie en sus calles.

Pero antes de sumergirnos de lleno en el futuro, decidimos hacer una parada en el pasado. O más bien, en el presente reciente de la tecnología. Nuestro primer destino fue Huaqiangbei, el mercado electrónico más grande del mundo.

Huaqiabei

Huaqiangbei nos recibió con su caótica sinfonía de voces, pitidos y zumbidos. Acompañado de mis amigos Nishi, Leo y Diego, nos aventuramos en este laberinto de gadgets y componentes. Era mi tercera visita a este paraíso tecnológico, pero la emoción seguía tan fresca como la primera vez. Es como si cada visita a Huaqiangbei fuera una experiencia completamente nueva. Cables que parecían serpientes enredadas, placas base que lucían como ciudades en miniatura, y pantallas que parpadeaban como estrellas en una galaxia digital. Huaqiangbei es el lugar donde el futuro se fabrica, se vende y se reinventa cada día.

Mientras caminábamos por los pasillos estrechos, esquivando a otros compradores y vendedores que gritaban ofertas como pregoneros en un bazar medieval, no pude evitar pensar en cómo este lugar encapsulaba perfectamente la esencia de la revolución tecnológica china. Aquí, en este mercado bullicioso, se podía sentir el pulso de la innovación, el latido acelerado del progreso tecnológico.

Nishi, con su ojo agudo para las gangas, pronto se perdió entre los puestos de componentes para drones. Leo, por su parte, se detuvo en cada puesto que vendía cámaras, examinando cada modelo como si fuera un arqueólogo estudiando un artefacto antiguo, buscando una buena oferta. Diego quedó estupefacto y sufrió un “recalentamiento” ante tanta tecnología reunida en un solo lugar y, finalmente, no pudo comprar nada.

Después de horas de regateo (una habilidad esencial en Huaqiangbei), salimos del mercado con nuestras mochilas llenas de gadgets y nuestras mentes rebosantes de ideas. Huaqiangbei no es solo un mercado; es una universidad informal de tecnología, donde cada transacción es una lección y cada vendedor un profesor reluctante.

Honor HQ

Pero el plato fuerte de nuestro viaje nos esperaba al día siguiente: la visita a las oficinas centrales de Honor. Nos despertamos con el sol (amanece temprano en Shenzhen durante el verano) , la anticipación zumbando en nuestras venas como si hubiéramos bebido diez tazas de café.

El edificio de Honor era una estructura de cristal y acero que parecía desafiar las leyes de la física. Su fachada reflejaba el cielo de Shenzhen, como si quisiera fundirse con el futuro que estaba ayudando a crear. En su interior, nos esperaba el Dr. Ray Guo, Chief Marketing Officer de Honor, un hombre de estatura media pero con unos ojos que brillaban con la intensidad de mil pantallas OLED.

Ray nos recibió con una sonrisa que revelaba su pasión por la tecnología. No era el típico ejecutivo corporativo; más bien parecía un entusiasta de la marca que por casualidad había terminado dirigiendo el marketing de una de las compañías tecnológicas más innovadoras del mundo. Su entusiasmo era contagioso, y pronto nos encontramos pendientes de cada palabra que salía de su boca.

Ray Guo en las oficinas de Honor

Cuando discutimos la IA estos días, muchos piensan en IA Generativa“, comenzó Ray, sus ojos brillando con entusiasmo. “Pero esta tecnología tiene una historia muy larga. Cuando cursaba mi doctorado, yo ya estaba analizando algoritmos relacionados con la inteligencia artificial. A principios de este siglo la IA no era algo que apasionara a tantos como ahora. Las redes neuronales no estaban de moda”.

Ray nos llevó en un viaje por el tiempo, explicando cómo Honor fue de los primeros en reconocer el potencial de la IA Generativa. “Fuimos los primeros en lanzar un teléfono con un NPU como centro de potencia computacional”, afirmó con orgullo. “Esto nos permitió implementar funciones de IA directamente en el dispositivo, mejorando la privacidad y la velocidad de procesamiento”.

Mientras Ray hablaba, yo no podía dejar de pensar en cómo la tecnología que alguna vez fue ciencia ficción ahora cabía en la palma de nuestra mano. Ray continuó explicando la visión de Honor: “Actualmente trabajamos con una gran cantidad de socios para desarrollar IA generativa. HONOR se enfoca en el desarrollo de la IA on-device, porque hacerlo de esta manera representa una mejor oportunidad de crear sistemas que operen de la mano para mejorar la productividad y proteger la privacidad”.

La pasión de Ray era contagiosa. Hablaba de chips y algoritmos como un poeta hablaría de versos y metáforas. Me encontré asintiendo con entusiasmo, aunque confieso que algunas de las explicaciones más técnicas me dejaron tan perdido como un turista en el metro de Tokio en hora punta. Pero eso no importaba. Lo que importaba era el entusiasmo, la visión de un futuro donde la tecnología no solo sería más poderosa, sino también más intuitiva y personal.

Durante el viaje también tuvimos la oportunidad de conocer los laboratorios de Investigación y Desarrollo, donde personal de Honor nos guió por las instalaciones, mostrándonos laboratorios que parecían sacados de una película de ciencia ficción. Vimos ingenieros trabajando en prototipos de dispositivos que parecían sacados del futuro (no los voy a spoilear aún), y nos maravillamos con demostraciones de tecnología que aún no había sido anunciada al público.

Pero la verdadera sorpresa llegó durante la cena de ese primer día. El equipo de Honor Latinoamérica nos prestó el flamante Honor Magic V Flip, su nuevo teléfono plegable. Tuvimos unas horas para jugar con este pequeño prodigio tecnológico, y debo decir que quedé impresionado. Con un precio de unos 640 euros (en China, donde se ha lanzado), significativamente más bajo que sus competidores, el V Flip no escatima en características.

La pantalla externa es un espectáculo en sí misma. Cubre casi toda la parte frontal del teléfono cuando está cerrado, permitiéndote hacer la mayoría de las tareas sin necesidad de abrirlo. Es como tener dos teléfonos en uno, cada uno con su propia personalidad y funcionalidad.

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Las cámaras de 50 megapíxeles son otro punto destacado. En mis pruebas rápidas, logré tomar fotos que harían sonrojar a un fotógrafo profesional. Los colores eran vibrantes, los detalles nítidos, y el modo retrato creaba un efecto bokeh que rivalizaba con las cámaras DSLR.

Pero lo que realmente me impresionó fue la batería. Con 4,800 mAh, es la más grande que he visto en un teléfono “sapito”. Es como si Honor hubiera encontrado la forma de doblar no solo la pantalla, sino también las leyes de la física para meter una batería tan grande en un cuerpo tan compacto

Honor Store

El Mall donde se encuentra la tienda de Honor

Después de nuestra fascinante visita a las oficinas de Honor en Shenzhen, nos dirigimos al corazón comercial de la ciudad, donde nos esperaba otra experiencia tecnológica: la tienda insignia de Honor. Ubicada en un centro comercial futurista, la tienda era un oasis de innovación en medio del bullicio urbano, con varias zonas verdes y espacios amplios para caminar.

Honor Store

Recorrimos la tienda con la misma emoción de niños en una dulcería. Cada vitrina era una ventana a un mundo de posibilidades tecnológicas. Los smartphones más recientes de Honor brillaban bajo las luces, sus pantallas reflejando nuestros rostros asombrados. Las tablets, plegables y laptops, delgadas como hojas de papel pero poderosas como supercomputadoras, nos invitaban a tocarlas, a experimentar su magia.

Salimos de la tienda con la cabeza llena de sueños tecnológicos y el corazón palpitando con la emoción de lo que el futuro nos deparaba. Pero nuestra aventura en el centro comercial no terminaba ahí. A pocos pasos de la tienda Honor, se alzaba majestuosa la noria o Ferris Wheel de Shenzhen, un gigante de acero y cristal que prometía elevarnos sobre la ciudad del futuro.

El Ferris Wheel o Noria

Con la adrenalina aún corriendo por nuestras venas después de nuestra inmersión tecnológica, nos dirigimos a la noria. La estructura se alzaba ante nosotros como un coloso moderno, un tributo a la ingeniería y la visión humana. Mientras hacíamos fila para subir, no podía dejar de pensar en cómo esta noria era, en cierto modo, un reflejo de la tecnología que acabábamos de experimentar: una fusión de lo práctico y lo maravilloso, diseñada para elevarnos y ofrecernos una nueva perspectiva.

Al subir a nuestra cabina, sentí un cosquilleo de anticipación. A medida que la noria comenzaba su ascenso lento y majestuoso, la ciudad de Shenzhen se desplegaba ante nosotros como un tapiz viviente. Los rascacielos se alzaban como gigantes de cristal y acero, sus ventanas reflejando el sol.

Desde lo alto, Shenzhen parecía una ciudad salida de un sueño futurista. Los ríos de tráfico fluían entre los edificios como venas de luz, y los parques tecnológicos salpicaban el paisaje urbano como oasis verdes en un desierto de concreto. Era fácil imaginar que, en algún lugar allá abajo, en uno de esos edificios relucientes, un equipo de ingenieros estaba dando los toques finales al próximo gran avance tecnológico.

Fue en ese momento, suspendidos entre el cielo y la tierra, rodeados por el fulgor de una de las ciudades más innovadoras del mundo, que nos dimos cuenta de que estábamos viviendo un momento verdaderamente mágico. Un momento que capturaba la esencia de nuestro viaje: la fusión perfecta entre la maravilla tecnológica y la experiencia humana.

Pero como suele suceder con los momentos más perfectos, este también llegó a su fin demasiado pronto. Cuando finalmente bajamos de la noria, con las piernas temblorosas y los ojos brillantes de emoción, nos dimos cuenta con horror de que el tiempo había volado. Nuestro vuelo a Beijing salía en menos de dos horas, y aún teníamos que llegar al aeropuerto.

Durante el trayecto al aeropuerto, que pareció durar una eternidad, no dejábamos de mirar nuestros relojes inteligentes, como si pudiéramos ralentizar el tiempo con la fuerza de nuestras miradas ansiosas. Llegamos al aeropuerto jadeando, con el corazón latiendo más rápido que el procesador de un smartphone en plena actualización de sistema.

Corrimos por los pasillos del aeropuerto como si estuviéramos en una maratón olímpica. Pasamos por seguridad en tiempo récord, probablemente estableciendo un nuevo hito en la historia de los viajes aéreos, gracias al rápido actuar de Maggie y Eid de Honor quienes hicieron todo el papeleo necesario para poder pasar. Tuve la mala suerte de ser el último de la lista y el que más gadgets llevaba, por lo que mi paso por seguridad se hizo eterno, exacerbado por el hecho de que no encontraba todas las baterías que tenía (y había comprado en Huaqianbei. Protip: tengan todas las baterías aparte) Llegamos a la puerta de embarque justo cuando estaban haciendo la última llamada para nuestro vuelo. Nos miramos unos a otros, con una mezcla de alivio y diversión, antes de desfallecer en el asiento y no abrir los ojos sino hasta aterrizar en Beijing.

Ya en el avión, mientras recuperábamos el aliento, no pude evitar pensar en la ironía de la situación. Aquí estábamos, un grupo de entusiastas de la tecnología, expertos en dispositivos que pueden hacer casi cualquier cosa con solo tocar una pantalla, corriendo como locos para no perder un vuelo. A veces, ni siquiera la tecnología más avanzada puede salvarnos de nuestros momentos más humanos y caóticos.

La Gran Muralla

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En Beijing, nos dirigimos a la Gran Muralla China. Era mi segunda visita a este monumento colosal, pero su majestuosidad nunca deja de asombrarme.

Armado con el Honor Magic 6 Pro, me sentí como un guerrero digital conquistando una fortaleza antigua. La cámara del Magic 6 Pro capturó cada piedra, cada sombra, cada nube con una precisión que habría hecho llorar a los antiguos emperadores chinos. Las fotos que tomé ese día parecían pinturas, cada una contando una historia de 2000 años de historia mezclada con la tecnología más avanzada del siglo XXI.

Mientras caminaba por la muralla, no pude evitar reflexionar sobre el contraste entre lo antiguo y lo moderno. Aquí estaba yo, en una estructura de más de 2000 años de antigüedad, sosteniendo en mis manos un dispositivo que contenía más poder computacional que todas las computadoras combinadas que llevaron al hombre a la luna. Es en momentos como este cuando realmente aprecias el vertiginoso ritmo del progreso humano.

La Gran Muralla se extendía ante nosotros como una serpiente de piedra, serpenteando por las montañas hasta donde alcanzaba la vista. Cada paso que dábamos era un paso por la historia. Podía imaginar a los soldados antiguos patrullando estos mismos muros, vigilando el horizonte en busca de invasores. Ahora, en lugar de invasores, buscábamos el mejor ángulo para nuestras fotos, nuestras armas eran smartphones en lugar de espadas, y nuestras batallas eran contra el tiempo y la batería de nuestros dispositivos.

El Magic 6 Pro demostró ser un compañero formidable en esta aventura. Su batería de larga duración significaba que podía tomar fotos y videos sin preocuparme por quedarme sin energía. La cámara capturaba cada detalle con una claridad asombrosa, desde las grietas en las antiguas piedras hasta las nubes que flotaban en el cielo azul.

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Llegada la noche, tuvimos la fortuna de ir a probar un restaurante de comida de Mongolia. La verdadera sorpresa de la noche llegó con una ceremonia de bienvenida que nos transportó directamente a las estepas mongolas. Apenas cruzamos el umbral del restaurante, fuimos recibidos por un espectáculo de bailes y cantos tradicionales que hizo vibrar el aire con la energía de una cultura milenaria. En medio de la algarabía, nuestros anfitriones se acercaron con una sonrisa enigmática, portando lo que parecía ser un cuerno tallado. Según pude entender, estábamos a punto de participar en una antigua tradición mongola: beber airag, una bebida tradicional, como parte del ritual de bienvenida.

El airag es un símbolo de hospitalidad y respeto, una conexión líquida con siglos de historia nómada. Cuando el cuerno llegó a mis manos, el aroma intenso y penetrante del airag llenó mis sentidos. Era como si alguien hubiera capturado la esencia misma de las estepas mongolas y la hubiera embotellado. Con cierta aprensión, pero también con un profundo respeto por la tradición, levanté el cuerno y me preparé para dar un sorbo.

El sabor fue intenso y complejo, una mezcla de leche fermentada y hierbas silvestres que desafiaba cualquier descripción sencilla, aunque debo admitir que sabía un poco a pisco peruano. Por un momento, me sentí transportado a las vastas llanuras de Mongolia, cabalgando bajo un cielo infinito. A medida que el cuerno pasaba de mano en mano, cada uno de nosotros participando en este antiguo ritual, sentí que estábamos formando parte de algo más grande que nosotros mismos. Era como si, a través de este simple acto de compartir una bebida, nos hubiéramos conectado no solo con la cultura mongola, sino también con siglos de tradición y hospitalidad.

Mientras la noche avanzaba me di cuenta de que estaba viviendo uno de esos momentos perfectos que solo el viaje puede proporcionar. Aquí estaba yo, en Beijing, rodeado de nuevos amigos y colegas, con nuevos sabores de comida de Mongolia y la emoción de la tecnología del futuro en mi mente. Era un cóctel embriagador de lo antiguo y lo nuevo, lo tradicional y lo vanguardista.

La vuelta a casa

El viaje de regreso a Lima fue otro maratón aéreo, pero nuevamente, los dioses del viaje me sonrieron. Tres de los cinco vuelos, incluyendo el de Beijing a París y de París a Lima, estuvieron prácticamente vacíos. Me estiré como un gato perezoso, convirtiendo los asientos en mi cama personal a 30,000 pies de altura.

Mientras volaba sobre continentes y océanos, reflexioné sobre todo lo que había visto y experimentado. China, con su mezcla única de tradición milenaria y tecnología de punta, es un país de contrastes fascinantes. Es un lugar donde puedes desayunar platos con sabores milenarios y recetas pasadas por decenas de generaciones y luego pasar la tarde en un laboratorio de inteligencia artificial de última generación.

Honor, con su visión audaz del futuro, está en la vanguardia de esta revolución tecnológica. El Magic V Flip y el Magic 6 Pro son más que simples teléfonos; son ventanas a un futuro donde la tecnología se integra perfectamente con nuestras vidas, mejorándolas en lugar de complicarlas. Son dispositivos que no solo nos conectan con el mundo, sino que también nos ayudan a entenderlo mejor, a capturarlo con mayor claridad, a navegarlo con mayor facilidad.

Pensé en Ray Guo y su entusiasmo contagioso. En cómo hablaba de algoritmos y chips con la misma pasión con la que un artista hablaría de sus pinturas. Pensé en los ingenieros de Honor, trabajando incansablemente en sus laboratorios, empujando los límites de lo posible, convirtiendo la ciencia ficción en realidad.

Mientras el avión se deslizaba por el cielo nocturno, me encontré mirando por la ventanilla, observando las luces parpadeantes de ciudades desconocidas abajo. Recordé cada paso del viaje, desde las alturas vertiginosas del Ferris Wheel en Shenzhen hasta la majestuosidad atemporal de la Gran Muralla. Cada experiencia había sido un recordatorio de la impresionante capacidad de la humanidad para innovar y perseverar.

Regresar a Lima significaba volver a la rutina diaria, pero también llevar conmigo las historias y las lecciones aprendidas en este increíble viaje. La mezcla de culturas, la pasión por la tecnología y la rica historia de China me habían dejado una marca indeleble. Me di cuenta de que, más allá de los dispositivos y las innovaciones, lo que realmente nos conecta es nuestra capacidad de soñar y crear juntos.

En ese momento, mientras el avión se preparaba para el aterrizaje, sentí una profunda gratitud por las personas que había conocido y las experiencias que había vivido. Sabía que este viaje no era solo un destino, sino el comienzo de una nueva perspectiva. La tecnología, como el baijiu, puede ser un desafío al principio, pero con el tiempo, se convierte en parte de nosotros, cambiándonos para mejor.

Al poner un pie en tierra firme nuevamente, prometí llevar esa chispa de inspiración conmigo, recordando siempre que el verdadero viaje no termina con el regreso a casa, sino que continúa en cada nuevo paso que damos hacia el futuro.

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