En la imagen, el historial de concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono medidas directamente en el Observatorio de Mauna Loa, Hawaii, desde 1958. Esta curva se conoce como curva de Keeling y es una prueba esencial de los aumentos de gases de efecto invernadero provocados por la actividad humana, la verdadera causa del calentamiento global.
El registro más largo de este tipo existe en Mauna Loa, pero estas mediciones han sido confirmadas de forma independiente en muchos otros sitios alrededor del mundo. La fluctuación anual del dióxido de carbono es causada por variaciones estacionales en la absorción de dióxido de carbono por las plantas terrestres: dado que en el hemisferio norte se concentran muchos más bosques, se elimina más dióxido de carbono de la atmósfera durante el verano del hemisferio norte que durante el verano del hemisferio sur. Este ciclo anual se muestra en la figura insertada tomando la concentración promedio para cada mes en todos los años medidos. La curva roja muestra las concentraciones mensuales promedio y la curva azul es una tendencia suavizada.
Que el Observatorio de Mauna Loa reporte que las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera están incrementándose más rápido que nunca es un indicador enormemente preocupante. Es ni más ni menos que una señal siniestra del fracaso de los esfuerzos para reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero, y el daño que causan al clima de nuestro planeta.
Frente a los absurdamente simplistas que afirman que «el dióxido de carbono es un gas bueno» porque se fija en las plantas, la realidad es que su concentración en la atmósfera ha ido incrementándose progresivamente, y junto con el vapor de agua (sobre el que no tenemos ningún control), el metano y los óxidos nitrosos, determina un efecto de incremento de temperatura completamente insostenible. Si no fuera por la actividad humana, el ciclo natural del carbono entre la atmósfera, los ecosistemas terrestres, el océano y los sedimentos estarían bastante equilibrados. Pero si nos dedicamos a extraer todo el carbono de los sedimentos y a quemarlo sin control en forma de combustibles fósiles durante décadas, el ciclo se desequilibra, y llegamos al extremo de modificar gravemente el clima del planeta hasta hacerlo incapaz de soportar la vida humana y la de muchas otras especies animales y vegetales.
¿Cómo de sensible es nuestro planeta a las concentraciones de dióxido de carbono? La medida diaria de esa concentración la puedes ver en esta página, y sus efectos los puedes entender en esta otra: si el último dato, el del 13 de mayo, refleja 427.45 partes por millón (ppm) de dióxido de carbono en la atmósfera, debemos saber que el fenómeno conocido como «desestabilización climática catastrófica» se produce entre las 400 y las 450 ppm, algo que explica el fuerte incremento de catástrofes naturales como inundaciones, incendios, sequías, huracanes, etc. que estamos viviendo durante los últimos años. Pero deberíamos saber también que la siguiente fase, que los científicos denominan «desestabilización climática irreversible», empieza en las 425 ppm y llega hasta las 600 ppm. Y a partir de ahí, entramos ya en lo que se conoce como «desestabilización climática de nivel extinción». Si no conoces el significado de los términos «irreversible» o «extinción«, míralos tú mismo en el diccionario.
Poner en cuestión a la ciencia cuando esta alcanza niveles de consenso prácticamente totales es una demostración evidente de irresponsabilidad y estupidez. Reducir el problema a «qué país emite más que los demás» también es otra barbaridad, porque todos estamos en el mismo planeta. Lo importante es entender que los seres humanos corremos un riesgo aún mayor de lo que se pensaba anteriormente si no logramos cumplir el objetivo del Acuerdo de París de mantener las temperaturas globales “muy por debajo” de 2°C por encima de los niveles preindustriales.
El llamado net zero ya no nos sirve: ahora necesitamos ser net negative. Los países van a tener que trabajar juntos para eliminar dióxido de carbono. Hay que exigir a los productores de combustibles fósiles que retiren el dióxido de carbono que generaron, y obligarles taxativamente a ello. Y sobre todo, entender que el hecho de que empecemos a retirar dióxido de carbono de la atmósfera no puede ser una excusa para prolongar nuestras emisiones más tiempo, porque nos pongamos como nos pongamos, los efectos no son inmediatos ni puntuales. Debe suponer un cambio fundamental en la forma de hacer las cosas: en la forma de obtener energía, en la forma de desplazarnos, en la forma de vivir, porque nuestro estilo de vida, simplemente, es algo que no nos podemos ya permitir.
Como bien dice Banksy, el planeta no está muriendo. Lo están asesinando, y los que lo están asesinando tienen nombres y direcciones. El planeta no puede permitirse en modo alguno otro mandato de Donald Trump y de sus acuerdos para que las empresas petroleras sigan extrayendo y quemando lo que quieran. Hay que impedirlo sea como sea, con cualquier medio a nuestro alcance. Hoy, los activistas climáticos se dedican simplemente a hacer acciones «molestas»: a vandalizar simbólicamente obras de arte que suelen estar recubiertas por un cristal, a provocar un atasco bloqueando una carretera, a manchar una fachada que pueden ser posteriormente limpiada… en la siguiente fase, llevados por la desesperación de quienes entienden realmente lo que está pasando, van ya a abandonar toda corrección: sus acciones ya no tendrán ninguna «corrección» posterior posible. O abandonamos un estilo de vida que ya no podemos pagar, o dejamos de emitir cheques sin fondos, o veremos consecuencias que jamás pensamos, como especie humana, que llegaríamos a ver.
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