El episodio que, tras una lucha de egos llevada al extremo, ha terminado con la prohibición del acceso a X en Brasil es una de esas cuestiones que a uno le hace plantearse de verdad los límites de la estupidez humana.
Obviamente, era cuestión de tiempo que un tipo endiosado hasta el límite y en medio de toda una crisis de madurez se encontrase con un juez que cree que sus poderes no deben tener ningún límite, y surgiese una situación como esta, en un contexto, además, carente de reglas de juego claras.
Entre la censura total impuesta por un juez a todo aquel contenido que no le gusta, y la libertad total para publicar cualquier barbaridad que se nos pase por la imaginación, tiene que haber un equilibrio razonable. Ese equilibrio, en este momento, no existe, ni en Brasil ni en ningún sitio. En ausencia de normas claras más que las que dicta el sentido común, cada vez más el menos común de los sentidos, se suele optar por una cierta prudencia, por censurar aquello que es más claramente nocivo, evidentemente constitutivo de delito o inherentemente peligroso. De vez en cuando, llega un juez y decide excederse en sus atribuciones, ordenando por ejemplo la absolutamente injustificada e injustificable detención del CEO de una compañía en cuanto pone el pie en su país acusándolo de todo tipo de nefandos delitos porque simplemente no ha respondido a una petición, o como en este caso, prohibiendo a todo un país acceder a una red de comunicación porque ha decidido embarcarse en una enconada cruzada contra su propietario.
No, ese tipo de acciones no tienen ningún sentido, y además, dan lugar a un enorme desgaste de la justicia, a que todos terminemos pensando que un poder fundamental en democracia como el judicial está ejercido por una panda de imbéciles e irresponsables sin remedio. Algunos quieren creer que esos jueces han hecho lo único que podían hacer tras encontrarse con determinadas actitudes en la otra parte, pero eso no es verdad. Nunca es verdad. Si el resultado de tus acciones es que terminas metiendo en la cárcel a una persona acusándola de delitos que sabes positivamente que jamás ha cometido simplemente para intimidarla, o privando a todo un país del acceso a una muy popular herramienta de comunicación, es que no solo sabes que has hecho algo mal, sino que además, exhibes una total ausencia de mesura y de templanza, cualidades siempre fundamentales en un juez. Y con eso, provocas un daño incalculable a la Justicia, así, escrita con mayúscula.
¿Qué ha pasado? Simplemente y en pocas palabras, que el imbécil de Alexandre de Moraes pidió al imbécil de Elon Musk que bloquease algunas cuentas en X por su participación en lo que él consideraba desinformación, que Musk le contestó públicamente en X diciéndole que se negaba y además, le declaró la guerra diciéndole que estaba sobrepasando sus límites, que su petición iba contra la Constitución de su país y que era el Darth Vader de Brasil. Ante eso, el juez abrió una investigación contra Musk por obstrucción a la justicia, acusándolo de incitar a la desobediencia y de no respetar la soberanía del país.
Además, amenazó con multas de veinte mil dólares por día por cada una de esas cuentas reactivada, con congelar las cuentas y activos no solo de X, sino también de SpaceX o Starlink, y con detener a empleados de la compañía. Ante eso, Musk cerró sus oficinas en el país, y el juez decretó la prohibición del acceso a X, conminó a Apple y a Google en Brasil a eliminar la aplicación, a las compañías de telecomunicaciones a impedir el acceso a X, y a eliminar además la posibilidad de utilizar redes privadas virtuales (VPNs), bajo multa de 9,000 dólares al día a todo aquel que intentase contravenir la prohibición y acceder a X por cualquier medio. Y si alguien le llega a decir que se puede acceder a X por telepatía, habría también prohibido el uso del cerebro.
Cuando las cosas escalan de esa manera, ya sabes dónde estás: has abandonado el terreno de la Justicia y del razonamiento, y estás en el de la estupidez, en el de medirse los egos y ver quién lo tiene más grande. Aunque creas que puedes argumentar que no había otra salida, es mentira. Siempre la hay.
Ahora, los brasileños alucinan viendo lo desconectados del mundo que se sienten y cómo de mal ha salido el experimento de dar a un solo juez poderes omnímodos para decidir qué se puede y qué no se puede decir en internet, y se dedican a buscar alternativas en redes como Bluesky, aún escasamente poblada pero muy prometedora y, además, descentralizada, que ha visto como en las últimas 24 horas, el 81% del contenido publicado era en portugués, o Threads, que algunos usuarios brasileños han definido como «un restaurante con buffet libre donde el camarero no deja de servir cosas que yo nunca pediría».
De una u otra manera, hablamos de estupidez. De estupidez soberana, superlativa, de la que no se cura, de esa que evidencia que una persona está dispuesta a ir «hasta el final», signifique lo que signifique, por tener razón, aunque eso ya no beneficie a absolutamente nadie, no arregle ningún problema, y sí contribuya a generar muchos más. Una actitud que evidencia que a alguien el cargo, sea el de CEO o el de juez, le viene extremadamente grande.
Estupidez de la que nunca puede salir nada bueno. Ya veremos cómo acaba esto.
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